Antes de que tire el bolso por el tapial del convento, vos lo viste. No te hagás que no sabés. A un López se lo reconoce rápido. Llega al acto del pueblo en un coche de altísima gama. Nadie lo conoce, pero todos le sonríen. El intendente lo saluda y le presenta a la esposa (mujer que se queda mírandolo como diciendo “cómo no me casé con un López”).
En el acto con todas las luces, López sabe todo. Tres asesores le asisten con la adrenalina al palo. Una tiene tres celulares y acomoda los periodistas. Otro habla con tres celulares a la vez y coordina la llegada del ministro. El tercero le marca a López al pobre del pueblo. Ese que vamos a mostrar como primer beneficiario del curro de turno.
El secretario general del gremio que realizó la obra llega en otro auto de altísima gama (él tampoco maneja, ellos manejan otras cosas) y el mismo circo de Lopez. El dignísimo secretario general se mea por ser López. Se saludan. Se abrazan. Se tratan de compañeros. Se cargan mutuamente sobre sus clubes de fútbol (literalmente son SUS clubes de fútbol).
Llega el ministro. López y el secretario general quieren ser ministros. Hay que esperar, compañeros, correligionarios, camaradas o lo que sea. Siempre hay uno que caga más alto. López le arrima al ministro una empanada que hizo una vieja sin dientes como la del acto del 25 de mayo. López dice que a él le gustan fritas en grasa. Mentira, no conoce la grasa. Hace años que López frita con aceite en su casa. Se ríe. Se tranquiliza cuando ve que el ministro se ríe. Mira al resto de chupaempanadas como diciendo: “Vieron, giles, el ministro se ríe conmigo”.
En medio de su erección proselitista, López mira a un hombre de traje y sin corbata que está en la platea. Lo saluda con un sereno gesto reverencial que no sale en ningún medio. Es el empresario que hizo la obra que sanea tantos años de un estado ausente en ese pueblo de mierda, con olor a pobre.
López se pasa la servilleta sobre la boca y arrima la cabeza para el lado del señor ministro. En ese gesto de sacarse la grasa de la comisura de los labios, López, sin que se le vean los colmillos, le apunta el empresario al señor ministro. El ministro cierra su puño derecho y golpea dos veces el pecho antes de ofrecerle su índice leal al señor empresario.
Antes, cuando veía a los López hacer ese gesto, creía que le decían “mi corazón es tuyo”. Ahora, que me pongo la lapicera en el bolsillo de la camisa, entiendo de qué estaban hablando. Todo se trata de un bolsillo, un bolsito, un bolso o una bóveda en un convento o en cualquier parte.
Y vos aplaudiendo a la doña cuanto que hizo las empanadas. ¿Habrán estado ricas? Ni las probaste, ni las probarás como lo hizo López.