No había pensado en escribir sobre este verdadero drama, hasta que mi compañero de trabajo, Fredy Bustos, me cruzó, blanco papel de pálido, y me contó azorado de la SELFIE DE LA MUERTE.
Él gesticulaba. Se lamentaba. Se sorprendía. Imaginaba, tal vez, como padre de dos niñas pequeñitas, cómo sería su realidad dentro de 10 años, si es que tanto ha cambiado nuestra vida en ese mismo lapso, desde que los dos, éramos tan chicos e inocentes.
Un escalofrío tremendo comenzó a atravesarme, de solo imaginar el momento, el lugar, la situación vivida en medio de esa FIESTA TRAGICA que Fredy me relataba: el dueño de casa muriéndose en el piso (tras el shock vivido) y cientos de niños, disfrazados de adultos, bailando y bebiendo al lado de él (que agonizaba) y aprovechando la ambulancia y los médicos para sacarse una SELFIE con ese fondo.
Todo había comenzado cuando el padre de la organizadora accedió al pedido de su hija para hacer una nueva fiesta en la casa, ya que la anterior solo había juntado a una veintena de compañeros. Ella, adolescente, inocente, inexperta, no tuvo mejor idea que volver a probarse en esta fiesta, y encontrar la oportunidad de reivindicarse tras el “fracaso” de la anterior.
Esta vez no quiso fallar, y apeló a los llamados “ambienteros”, personas que manejan muy bien la noche, los contactos y el negocio. Mayores, con convocatoria en redes sociales, que en un pestañeo largan invitaciones (los chicos las llaman “cadenas de información”) y pueden llegar ,con un solo clic, a adolescentes que recién están despertando a la vida. Y lo más importante: no pasan por el filtro de los padres, porque son mensajes que llegan a los celulares o al Facebook de chicos que, en general, no dan explicación de los contenidos de sus conversaciones.
La convocatoria se envió masivamente. La respuesta también fue masiva. Y sin control.
¿Cómo podría pasar por la cabeza de una niña que su casa, una vivienda familiar, en medio de un barrio residencial y tranquilo, podría verse, de repente, como una marea humana de más de 500 chicos menores de 17, que solo tenían que llevar bebidas y 10 pesos? Esta vez lo había logrado.
Cuando todo era descontrol. Con cientos y cientos de chicos por todos lados, bailando, gritando, bebiendo, el padre, dueño de casa, llegó.
¿Qué habrá pasado por la cabeza de ese pobre hombre, que vio cómo invadían su intimidad, destrozaban su vivienda, usaban su jardín de baño y su vereda (y la de los vecinos) de cama? Su corazón no resistió tanta ira y se desplomó.
Y llegaron las ambulancias. Y llegaron los médicos. Su hija lloraba junto a un grupo. El resto bailaba en el fondo, como si nada hubiera pasado.
Ese hombre murió. ¡Ya no está! Pero... ¿dónde están los padres de todos los otros chicos, que apenas pasan los 12 y ya salen solos hasta las 5?
Niños que apenas pudieron aprender a tomar la sopa y ya beben alcohol sin límites ni control. Humanos que no se conduelen del dolor ajeno y se ríen del que cae herido de muerte.
Mientras Fredy concluía su relato yo me había quedado en ese piso. Junto a ese padre, que seguramente no supo, antes de morir, cuándo se le había ido de las manos la situación con esa fiesta trágica. Cuando le había faltado el NO.
Me despedí de mi compañero de trabajo y prometí escribir algo. Tal vez esto que escribí en algún punto nos une. Los dos compartimos la historia de venir del campo, o casi campo. Vivimos en pueblos chicos, de noches tranquilas y padres “controladores”. Donde la mirada fuerte del viejo era más autoritaria que un NO.
Hasta donde yo me acuerdo, mi viejo me decía: "¡a las 12 volvés a dormir!". ¡Y más vale que volviera!. Ni se me iba a ocurrir quedarme un rato más en la fiesta que hacíamos en Club Mitre de mi pueblo. Total, cuatro horas de salida me alcanzaban para tomar unos jugos de frutas con mis amigos de la secundaria.
Ahora, me sentí en los mismos zapatos de mi compañero. Estábamos tan angustiados por el porvenir como padres, como por la nota periodística que nos conmocionaba como pocas.
No pude saber ni el nombre de ese hombre que murió de angustia. Pero les conté a mis hijos la historia, para que la muerte de este padre no haya servido solo para permitirle a los chicos, LA SELFIE DE LA MUERTE.