La verdad que nunca me había pasado, en tantos años de periodismo, esto que siento ahora al momento de escribir. Querer expresar con palabras que no encuentro, este sentimiento tan infinito y profundo (y hasta ayer incomprensible), que me generó la muerte de mi perrito Piscu.
¿Cómo un perro, un ser diminuto, que no habla, que no sabe leer o escribir, que no tomó clases de psicología, podría dejarnos tantas enseñanzas al momento de ausentarse? Recién ayer, cuando lo vi dar su último aliento de vida, empezó a perforarme en el pecho una angustia galopante que no se pasó ni siquiera con el sueño de la noche.
Ver llorar sin consuelo a mis hijos, a todos, al que parecía no importarle ni los humanos, o a mi hija, la que nunca había querido tener un animal ni a 10 metros de distancia, o a mi hijo más chico, ausente pero llorando a mares por teléfono, me hizo entender que este perrito había llegado a nuestras vidas para humanizar nuestras relaciones y enseñarnos con su ejemplo.
Hoy me decía David: "¿Viste? Piscu no tenía nada". Ni ropita (porque era flaquito y friolento, pero cuando hacía frío se acurrucaba entre nuestros brazos). Ni zapatillas de marca, ni cosas materiales. Pero siempre se las arreglaba para conseguir con amor lo que necesitaba. Si hasta para tener la ración extra de su comidita, David le hacía danzar “el baile del perrito”.
Pero, tenía una familia, nos tenia a nosotros, y fue el perro más feliz del mundo.
Después de verlo tendido en el asfalto, me puse a llorar a su lado, me recosté y le pedí perdón por no cuidarlo demasiado. Pero mi hija me repetía: “mamá, si el piscu quería, saltaba las rejas y los balcones, para correr como un bambi!". Amaba la libertad y la vida, escaparse por las ventanas, desafiar la seguridad o la noche. ¡Él quería ser libre!
Y pensar que hace 4 años, cuando llegó a casa entre las manos de David, le pregunté: "¿a dónde pensás meter esa rata?". Venía enfermo. Había revivido de un parto complicado y este hombre con alma de veterinario y conexión especial con los animales me lo trajo “ por unos días”.
Primero lo dejé entrar a la cocina, luego en nuestras vidas, en nuestros corazones. Si hasta había logrado tener el mejor lugar en mi cama cuando nadie me veía. No podía ceder tan rápido a los caprichos de este animalito que pronto, tan pronto, se ganó un lugar en la familia.
Pensá que es un animal, me decían algunos, ante mi llanto desconsolado. Y me acordé de tantas personas que entran en un estado de depresión atroz cuando su mascota se les muere. Ahora las entendí. Es tanto lo que dan. Es tanto lo que enseñan.
Ya tengo muy en claro que los muertos no leen, y por eso, de alguna manera, me tengo que volver sobre mis palabras, después de haber criticado a tantas personas que encuentran en las redes sociales una conexión especial con el cielo. Pero tenía que escribir esto. Poner en algún lado todo esto tan grande que un ser tan pero tan pequeño puede dejarnos de enseñanza.
No hacen falta cosas materiales para ser feliz, si se siente el calor de una familia al lado. No importa el color, la raza ni la especie, todos tenemos un lugar especial en algun lado. Algun perro entre los gatos, algun canario entre las gaviotas. O algun piscu entre nosotros.
No hace falta tener alas para volar. Podemos, cada mañana despertarnos, y pensar que sera el último dia, y salir a vivir la vida. Todos los dias de nuestras vidas debemos decirles a quienes amamos, que los amamos, porque nunca sabemos que pasará cuando crucemos la calle.
Ayer, fue la última vez que mi perrito cruzó mi calle, pero eligió cerrar sus ojos en frente nuestro. Te amamos piscu. Gracias por todo lo inmenso que nos enseñaste desde tu diminuto lugar.