Imaginen por un momento que el acto más biologicista de los actos nos resulta cuesta arriba. Y no me refiero a un poco. Me refiero a que alcanzar la meta para el logro de nuestras vidas, o al menos uno de ellos, requiere de un esfuerzo sobrehumano que pone en juego nuestro cuerpo, nuestra salud mental y todo esquema social que alguna vez consideramos seguro.
Imaginen por un momento que tienen que desandar los caminos de la infertilidad y la medicina reproductiva para tener un hijo o hija.
Desde hace algunos años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció que junio es el Mes Internacional del Cuidado de la Fertilidad. Durante cuatro semanas se proponen actividades que promuevan la concientización del cuidado de la salud reproductiva, apuntando fundamentalmente a las mujeres.
Y es que desde que comenzamos una vida sexual activa y con los primeros controles ginecológicos aprendemos sobre el cuidado para evitar enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. Y durante años, evitar esas dos cosas puede volverse un hábito.
Pero poco o nada se habla en esas consultas del reloj biológico que inexorablemente tiene cuenta regresiva en el cuerpo de la mujer, especialmente en sus óvulos.
Porque aunque conquistamos y ganamos lugares en los que la elección de la maternidad es más libre y se demora, ese tic tac es un recordatorio permanente de que los óvulos, al igual que todas las células de nuestro cuerpo, envejecen. Y cuando envejecen, pierden su calidad.
Por eso, debería ser motivo de conversación en las consultas qué posibilidades existen a la hora de preservar y conservar la fertilidad.
Según la OMS la infertilidad es “una enfermedad del aparato reproductor definida por la imposibilidad de lograr un embarazo clínico después de 12 meses o más de relaciones sexuales sin protección regular”. Pero la OMS no contempla muchos factores socioculturales a la hora de hablar de la preservación de la fertilidad.
Hoy, en una escala internacional, la fecundidad se ha reducido de un promedio de cinco nacimientos por mujer en 1950 a entre dos o tres en 2021, lo que indica que la población —y en especial las mujeres— ejerce cada vez más control sobre su vida reproductiva.
El motivo es multifactorial: la elección de la maternidad es más consciente, los costos de vida más elevados y culturalmente entendemos que la realización de las personas no pasa por la maternidad o paternidad.
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Pero existe, además, otro factor. El que a mí me gusta denominar “la trampa del reloj biológico”. Esto significa que mientras ganamos espacios laborales, crecemos profesionalmente en un mundo históricamente diseñado para el crecimiento de los hombres, postergamos la maternidad y al momento de decidir intentar buscar un hijo, nuestros óvulos envejecieron o no existe una pareja con con la que ‘clínicamente podamos lograr un embarazo después de 12 meses o más de relaciones sexuales sin protección’.
Y en ese aspecto, la definición de la OMS se queda corta. No contempla las decenas de posibilidades de familias que escapan de la etiqueta de “familia tipo”. Esas familias inusuales de personas increíbles. Hoy, la ciencia y el avance cultural nos permite pensar en familias monoparentales, homoparentales, madres y padres ‘añosos’. En donación de gametos, de embriones y subrogación de vientre. Y estas elecciones nos enfrentan sin escapatoria a esos andares escarpados de la medicina reproductiva.
Pero más allá de que decidirse a tener hijos e hijas a través de técnicas de reproducción asistida es un viaje que médicamente demanda mucho esfuerzo físico y económico -existe en Argentina la ley de Reproducción Asistida que habilita a las personas a acceder a estos tratamientos con una cobertura amplia- la medicina reproductiva nos obliga a hacer ciertos duelos más allá de la biología.
El duelo de la fertilidad
Buscar un embarazo de la forma convencional requiere de óvulos -uno- y espermatozoides -uno entre tantos-. El óvulo es fecundado por el espermatozoide ganador de la carrera espermática y comienza la división celular que deriva en el milagro de la vida. En un paralelismo matemático: 2+2.
Pero… ¿Qué sucede cuando son dos mujeres que quieren tener un hijo, o dos hombres? ¿O una mujer o un hombre solo? La suma que da 4 se vuelve una ecuación compleja en la que empiezan a jugar nuevos factores.
La licenciada en psicología Cecilia Taburet (MP5760) explica: ”Cuando acudimos a la medicina reproductiva se dan una serie de duelos en muchos casos silenciosos y sin registro hasta para los propios protagonistas. Uno de ellos es duelar la expectativa de que sea una embarazo concebido de modo natural sin asistencia de la ciencia, sin intromisión en el cuerpo, sin fechas, inyecciones y turnos médicos, suele ser una pérdida que agujerea la identidad”.
Pero existen otros duelos que también son difíciles de atravesar y que además sufren de la invisibilización o del tabú cultural.
“Me parece pertinente hablar de duelo genético, para atravesar un tratamiento con donación de gametos, es un proceso complejo con implicancias psíquicas y que requiere tiempo para ser elaborado.
Las técnicas en reproducción asistida con donación de gametos están teniendo elevados porcentajes de éxito con respecto a los resultados médicos, pero conlleva una renuncia subjetiva significativa para los/ las usuarios/as. Para los padres aceptar que el futuro bebé no llevará la carga genética de los dos o de uno de ellos, es todo un desafío que inicia un proceso de duelo. Este duelo genético es una respuesta emocional relacionada a sentimientos de pérdida por la imposibilidad de procrear un heredero con el adn familiar. Implica aceptar que el hijo o hija será parecido a otra persona y poseerá sus antecedentes hereditarios, lo cual puede llegar a cuestionar su identidad como padre o madre, adjudicándose inconscientemente el rol, a quien otorga el material biológico”.
A veces el duelo es no poder gestar un hijo o hija, y en ese caso atravesar un embarazo por vientre subrogado también es un desafío que debe abordarse interdisciplinariamente.
Y otra forma de duelo, increíblemente paradójica, se manifiesta cuando se consigue tener hijos y de esa técnica de reproducción asistida quedan embriones criopreservados que luego se decide no utilizar.
Pero mientras todos estos duelos de la fertilidad existen y se transitan -dejamos para otro análisis los duelos gestacionales y perinatales- también avanzamos culturalmente para entender que hay mucho más allá en el acto de maternar y paternar que solo gestar o parir.
“Desde la psicología se abren nuevas miradas sobre qué es ser padre y madre, estableciendo que este rol tiene mucho más que ver con la función, el deseo y el amor, que con el aporte genético. Hoy por hoy el modelo de familia está cambiando gracias a movimientos sociales, culturales y a los aportes de la ciencia. La filiación y la identidad no depende de un ADN en común, sino de un vínculo que es fantaseado, deseado, construido y deconstruido permanentemente y que a su vez promueve múltiples identificaciones a lo largo de toda la vida de los sujetos”.