Brenda Torres y Milagros Basto no se conocían pero sus historias tienen puntos en común que estremecen. Ambas tenían poco más de 20 años, atravesaban un contexto de pobreza, consumo problemático y vínculos peligrosos. Fueron víctimas de asesinos que aprovecharon esa fragilidad para cometer femicidios con una crueldad extrema.
El consumo de “pipazo” aparece como un denominador común. Esta droga, conocida en otros lugares como paco, es un subproducto de la cocaína, barato y altamente adictivo. La jefa de Toxicología del Hospital de Urgencias, Andrea Vilkelis, explicó que esa sustancia provoca daños irreversibles en pocos meses y reduce drásticamente la expectativa de vida.
En ambas jóvenes, el consumo estaba vinculado a entornos de calle y desamparo, aunque ambas tenían un hogar que las esperaba, con familiares que intentaban sostener el vínculo pese a sus ausencias prolongadas y sus decisiones de alejarse.
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Brenda tenía 21 años y llevaba dos viviendo en situación de calle. Era oriunda de La Calera y solía moverse por la zona de El Tropezón. Su padre, Roque, contó en El Doce que habían intentado convencerla de iniciar un tratamiento contra las drogas, pero nunca aceptó. Entre el 25 de julio y el 10 de agosto, sus restos aparecieron en distintos puntos de barrio Chateau Carreras: primero una mano y dos brazos, luego una pierna y finalmente el torso y la cabeza, hallados en una vivienda donde arrestaron a dos hombres.
Los detenidos son Cristian Aranda (38) y Gustavo Lencina (53), acusados de homicidio calificado por mediar violencia de género. Según trascendió, tenían antecedentes por delitos menores y estaban vinculados al consumo de drogas. En la casa de uno de ellos se encontró un pozo en el patio, que se presume fue utilizado para ocultar parte del cuerpo. La investigación sigue en marcha y aún se buscan restos que podrían faltar.

Cadáver en el ropero
Milagros tenía 22 años y era madre de un niño de seis. Había sido criada por una mamá del corazón desde los tres meses de vida, pasó su infancia en barrio Renacimiento y luego frecuentó la zona de Bajo Pueyrredón. Aunque se había alejado de su familia, no había perdido el contacto. En agosto de 2024 desapareció y la denuncia se presentó unos meses después.
“Pasó cosas muy duras, el papá de su bebé se suicidó hace tres años y fue un golpe muy fuerte para ella. A pesar de que él la maltrataba, eso la llevó al fondo y a consumir más”, advirtió Mauricia, la mujer que la crio desde bebé.

El 5 de julio pasado, albañiles que trabajaban en un edificio del centro de Córdoba hallaron su cadáver oculto en un ropero tapado con cemento, en el departamento de Horacio Antonio Grasso, un expolicía condenado por asesinar al niño Facundo Novillo en 2007. El cuerpo estaba envuelto en mantas, atado y en avanzado estado de descomposición. Recién lograron identificarla esta semana.
Grasso fue imputado por homicidio agravado por violencia de género y su hermano Javier por encubrimiento agravado. De este último se sabe que huyó de Córdoba tras el macabro hallazgo y ahora enfrenta cargos por su presunta participación en el hecho. La fiscalía investiga qué vínculo tenía Milagros con los hermanos y cómo fue que terminó en ese lugar.
Javier Grasso también registra antecedentes delictivos. En diciembre de 2024 lo detuvieron por el robo de un bolso con 12 mil dólares en un shopping de Ciudad del Este, en Paraguay. Además está denunciado por acoso contra vecinas a las que espiaba por las cerraduras de las puertas en un edificio de avenida Colón al 600.

Datos que alarman
Las coincidencias entre ambos casos son escalofriantes: mujeres jóvenes, vulnerables, con consumo problemático, moviéndose en entornos peligrosos y sin que las señales previas encendieran una respuesta institucional efectiva. En los dos, la violencia fue extrema y la intención de ocultar el crimen, evidente.
Mientras las causas avanzan en la Justicia, los familiares de Brenda y Milagros reclaman que no queden impunes. También piden que se visibilicen las realidades de muchas chicas que, como ellas, viven en la intersección más peligrosa entre la marginalidad, las drogas y la brutalidad.