Pasaron más de tres décadas desde que se clausuró la mina de uranio en Los Gigantes, pero la herida sigue abierta. Literal y simbólicamente. A tan solo 35 kilómetros de Villa Carlos Paz, en pleno corazón de las sierras cordobesas, permanece un escenario de abandono, promesas incumplidas y peligro ambiental latente.
En 1979, se firmó el convenio para explotar este yacimiento ubicado en la cadena montañosa de Los Gigantes, en la región sur del Valle de Punilla. En plena dictadura militar, en 1982, comenzó a operar una planta que, durante pocos años, extrajo uranio: material combustible para las centrales nucleares del país.
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Cinco años después, en 1987, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) decidió detener la explotación “por razones ambientales”. Y en 1991, el contrato se rescindió de forma definitiva. Desde entonces, la mina está cerrada. Pero nunca fue remediada.
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En 2008, la propia CNEA anunció un plan de remediación con una inversión estimada de 25 millones de dólares. El proyecto, sin embargo, quedó en el olvido. En 2017 se habló del traslado de la planta de Dioxitek, ubicada en Alta Córdoba. Nuevamente: no se concretó. La oposición férrea de los intendentes involucrados, que se negaban a que material radioactivo transitara por sus ciudades, frenó el avance.
En 2025, Los Gigantes siguen siendo un foco de riesgo. A cielo abierto permanecen 2,4 millones de toneladas de residuos radioactivos y 1,6 millones de toneladas de material mineralizado. En los últimos meses, vecinos de la zona reportaron la presencia de vehículos de la Comisión Nacional de Energía Atómica. ¿El motivo? Supuestas filtraciones en las geomembranas de los diques donde se procesaban los minerales.
A solo 330 metros de la planta corre el río El Cajón, que desemboca en el río San Antonio —principal afluente del lago San Roque, que abastece de agua a Córdoba capital—. Allí se encuentran tres piletones, verdaderas represas donde se procesaban los materiales radioactivos. Hoy, expuestos al viento, a la lluvia, al tiempo.
La región recibe más de 1000 milímetros de lluvias anuales. Los diques se rebalsan. En un reciente comunicado, la CNEA aclaró que no hubo roturas recientes en el dique 3 del ex complejo minero, que no hay peligro de contaminación y que el último incidente, registrado en 2021, fue reparado en 2023. Hoy, dicen, el dique está “íntegro y vacío”.
De todas maneras, los especialistas no están tan seguros. El biólogo y ambientalista Raúl Montenegro fue contundente: “Estamos en el año 2025 y la mina sigue sin ser remediada. La propia CNEA presentó en 2018 un proyecto de restitución y todavía no hay una opinión técnica. Es inconcebible que, habiendo cerrado en 1990, hoy sigamos viendo parches. Ahora es una fuga. Pero también puede haber un colapso de gran envergadura”.
La historia de Los Gigantes no es solo la historia de una mina abandonada. Es la historia de una deuda pendiente. Con el ambiente, con los vecinos, con las futuras generaciones. Es la historia de un lugar emblemático de nuestra geografía que, 35 años después, sigue esperando una solución definitiva.