Leonardo Medina es de Barrio Don Bosco, tiene 43 años y ya es un adulto que piensa, siente y actúa como tal. Pero hace cuatro décadas, cuando comenzó a mirarse al espejo y a notar que la gente a él lo miraba distinto, haber nacido con labio leporino le comenzó a pesar.
Su infancia la pasó entre médicos y hospitales. Le hicieron más de 15 cirugías y varias de ellas no tuvieron éxito. En ese momento la medicina no estaba muy avanzada en el tema y le realizaban modificaciones en su cuerpo para evitar que su voz sea nasal, pero principalmente con un objetivo estético. Más tarde se supo que las operaciones de este tipo no funcionaban hasta después de los 18 años.
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Hasta que un día decidió que no quería operarse más y que prefería comenzar a aceptarse tal cual como era: "En la adolescencia me sentía feo, hasta que en un momento decidí, este soy yo y dije basta".
Se interesó por la música, estudió Comunicación Social y hoy trabaja en la Municipalidad de Córdoba dando cursos de primeros auxilios. Pero hace unos años se formó en algo que le cambió la vida: hizo un taller de teatro con el reconocido maestro cordobés Miguel Iriarte, quien le dijo: "Pendejo, dejate de joder con la voz esta, vos tenés que mostrarte como sos".
Esa lección le hizo traspasar algunas barreras y a dejar de a poco el temor y la vergüenza a un lado.
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Cuando era chico, tocó el piano, la batería y la trompeta en algunas bandas de cuarteto de barrio pero más tarde lo convirtió en un hobbie para dedicarse a la universidad. Hace dos años quedó viudo y eso lo paralizó: "Me bloqueé, no podía tocar ni una tecla, ni hacer nada", cuenta.
Pero la pandemia lo reencontró con la música. Hace seis meses, aburrido en su casa por ser paciente de riesgo, comenzó a hacer un curso de sonido que tenía como primer examen entregar un proyecto de música. Pero cuando escuchó lo que había armado, pensó: "Lo siento vacío, acá falta algo, y me animé a ponerle la voz, de caradura nomás que soy".
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Por los cursos que dicta, ya estaba acostumbrado a hablar en público así que no tuvo miedo de usar esa fuerza que creció en su interior cuando era un adolescente y poder plasmarlo en algo distinto: “Todos me decían que cuando estaba arriba del escenario soy otro y ahora cuando canto siento lo mismo, que me voy”.
Su proyecto con la música recién comienza y tras la viralización de sus videos, un amigo le puso en broma el nombre "el Mandamenos".
Para él, ser un artista inclusivo es, más que una discapacidad, una oportunidad de dar un mensaje: "Dejar de lado los prejuicios y aceptarse como es. Ya seas flaco, pelado, bajo, alto, uno tiene que ser como es y mostrarse así haciendo lo que le gusta".
* Por Dahyana Terradas.