Madrid, Barcelona, Málaga. Tres ciudades. Tres destinos donde sonó la música de Carlos “La Mona” Jiménez. Hace cinco años, el 18 de mayo de 2014, cerraba esa gira en la ciudad de Pablo Picasso.
Al igual que en Madrid y Barcelona el baile fue temprano (cerca de las 10 de la noche) y en un boliche a las afuera del centro de Málaga. Había mucha emoción en el aire. Era el final de una gira donde se vivieron muchas emociones: era la primera vez que Jiménez pisaba suelo europeo.
A 11 mil kilómetros de su Córdoba, uno sentía una abrazadora cercanía. El “mandamás” en cada baile no paró de hacer sus clásicas señas: General Bustos, Villa Allende, Villa El Libertador, Colonia Lola. Parecía el Sargento Cabral. Los “trapos” y banderas con su cara y diferentes leyendas volaban al escenario. Es que su público era mayoritariamente cordobés, o argentinos en general, que por una noche quisieron estar más cerca de su tierra a través del cuarteto y al mismo tiempo ser parte de una noche histórica. No todos los días se tiene al número uno de la música de Córdoba en España, en vivo y en directo, a escasos metros. Y tal vez, quien dice, haya sido la última vez.
De las tres ciudades, Barcelona fue la más impactante. No sólo la reacción de la gente en el show, sino también el almuerzo al otro día del baile. Comimos una paella, varios platos extra de pulpo y crema catalana de postre en el restaurante de una cordobesa radicada en esa ciudad. Compartimos con ella el vuelo de ida y quedamos todos invitados a pasar por su lugar. Armó una mesa larga en la vereda. Y desde el boulevard de la avenida se escuchaba ¡“Mona, Mona”! Un grupo de chicos, que habían ido al baile, lo reconoció. Una señora muy “pituca” se cruzó de vereda y quiso comprobar que realmente estaba en presencia de Jiménez. Era de Buenos Aires y hacía muchos años vivía allí en la ciudad del Camp Nou.
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Jiménez era como un imán. Donde estaba atraía a un fan o a un curioso argentino que de ninguna manera iba a dejar pasar la oportunidad de saludarlo. Como apostilla, en aquel viaje, descubrimos que a Jiménez le gusta el pulpo, no desayuna, toma cuatro litros de agua diariamente y come mucha fruta: banana para los calambres, peras y naranjas. Y que está en todos los detalles. Nos había quedado pendiente hacer una nota en la puerta de Alcalá de Madrid, no podíamos irnos sin esa imagen.
Así que antes de ir al aeropuerto para volver a Córdoba, paramos en ese lugar. Pero no era tan simple el asunto ya que veníamos en viaje desde Málaga. El productor decía que era un riesgo parar en el medio de Madrid para hacer eso. Yo le decía que no me podía ir sin esa toma. La Mona accedió y cuando íbamos llegando a Madrid se cambió la ropa en la van que nos trasladaba, se sacó su buzo deportivo para ponerse un impecable traje blanco. Parecía Elvis Presley. La gente lo miraba. No pasaba desapercibido. Finalmente hicimos nuestro trabajo y tomamos el avión de regreso.
Seguir una gira de la Mona fue una verdadera aventura y fue también, después de tantos años de entrevistarlo e ir a sus bailes, un continuo redescubrimiento de la Mona pero también de Juan Carlos Jiménez Rufino. Ese muchacho de barrio que, hace cinco años, se animó a cruzar el Atlántico.
* Por Silvia Pérez Ruíz
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