En junio de 2022 se anunció que a partir de este año la historia del cuarteto formará parte de la currícula de las escuelas de la Ciudad de Córdoba. Pero hay una escuelita rural donde desde este año, y por iniciativa propia de unas maestras, el tunga tunga ya forma parte de sus clases.
Ellas son Andrea y Carmelina. Una vive en Tancacha y la otra en Villa Ascasubi, pero todos los días viajan más de una hora por complicados caminos de tierra para llegar a una de las cuatro escuelas rurales donde dan clases.
Desde ellas surgió esta idea, que desarrollaron con sus alumnos de Las Isletillas, una localidad donde viven unas 150 personas situada a casi 200 kilómetros de Córdoba.
Todo empezó cuando una maestra les contó que su papá había ido a un baile del Cuarteto Leo en el campo. Y ahí descubrieron que la ruralidad había sido parte fundamental en los inicios del género popular cordobés, que creció en la década del 40’ 50’ y 60’ a base de miles de kilómetros recorridos en caminos de tierra.
Junto con los chicos, entrevistaron a Nelly, una vecina de 82 años que vive a unos 100 metros de la escuela. Ella les contó que cuando era chica iba a los bailes con su familia y más adelante con sus amigas. "Vivíamos el cuarteto con locura", les dijo.
También fueron a lo de don Domingo Mussano, que recuerda haber visto con sus propios ojos a Leonor Marzano arropar a su hijo Eduardo al lado del escenario y después sentarse a tocar el piano.
+ VIDEO Informe especial, cuarteto en el aula:
Cuarteteando viajó hasta allá para compartir con los chicos en una jornada a pura música.
Del equipo también formaron parte Daniel Franco, acordeonista de La Mona Jiménez, con 55 años de carrera, y Lucas Ninci, con 27 años trabajando como músico profesional y hace una década abocado al cuarteto con Monada.
Para Daniel Franco, la historia de los inicios del género le toca bien de cerca porque lo vivió junto al Cuarteto Berna, la orquesta formada junto a sus primos en la que inició a tocar cuando tenía tan solo 11 años.
En una mañana que transcurrió entre charlas con los chicos y a puro ritmo del piano y el acordeón, Franco transmitió su experiencia a unos 30 alumnos que miraban atentos. Hubo baile, música, alegría y todo terminó con unos ricos choripanes.