Majo Castro es fanática de La Mona Jiménez. Pero no es una fanática más. Desde chica lo sigue y lo incorporó a su día a día. A su familia, a sus hijos, a su casa. Su forma de idolatrarlo es a través de la pintura. Hace unos años, pintó en el patio de su casa de Villa Martínez un mural de su ídolo, y desde allí la conocen en el barrio por ser "la chica que pinta a La Mona".
Se recibió de profesora de Artes visuales y encontró la forma de juntar sus dos pasiones: la pintura y Jiménez. En su casa tiene cientos de cuadros de su retrato y no se cansa de hacer más. Todos son distintos, porque dice que "no le gusta copiar".
Hace unos años, le pidió permiso a su vecino para usar su medianera y emprendió el camino para hacer su homenaje más grande. Estando embarazada de su segundo hijo, dibujó el boceto sobre el muro. "Esta es mi manera de decirle gracias por alegrarme, por hacer más llevadera la vida, el trabajo, la lucha de todos los días, porque con música todo cambia", dice con mucha emoción. Pero el camino no fue fácil.
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Lo que más le costó fue conseguir los materiales. "Si tenía todo lo hacía en dos días, pero vengo de una familia en la que los grandes cenaban mate cocido para que los chicos pudieran comer", cuenta con naturalidad. Vive en un barrio humilde y con muchas necesidades. Su hermano le consiguió un tacho de pintura de un conocido al que le había sobrado de un trabajo, pero el más chico de sus nenes jugando se lo tiró "de un fulbazo". Entonces, el boceto original se le empezó a borrar con la lluvia, hasta que su papá consiguió unos tachos más.
Y así fue haciendo su trabajo, recolectando sobras de pintura, de telas para los bastidores. Cuenta que de su abuelo aprendió eso de "usar las cosas que a otros no le sirven". Cuando terminó el colegio su abuelo murió y la Mona se presentaba como nunca en el Orfeo. Ella tenía su entrada para ir con una amiga, pero la tristeza la frenaba. Su abuela la convenció para que vaya, diciéndole que él así lo hubiera querido. "Fui, canté y bailé y me olvidé que estaba triste, en el baile te sacás la bronca, te olvidás de la realidad y sus carencias", recuerda con un nudo en la garganta. Todavía guarda la entrada de ese baile.
Una vez le tocaron el timbre a las seis de la mañana para sacarse una foto con el mural. Era un recolector de basura, que pasó colgado del camión y lo vio. "Me pidió disculpas por la hora y me rogó que lo deje pasar, le había cambiado el turno a un compañero y ese no era su recorrido habitual, por supuesto que lo dejé entrar", relata con orgullo.
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Su papá siempre le cuenta con humor que una vez le pidió un autógrafo a Carlitos en la calle, y tuvo que correrlo dos cuadras para que le devuelva la lapicera. Todos los recuerdos de su vida se vinculan con uno de su ídolo. Tiene en su casa varias carpetas con recortes de diarios y revistas. La vida entera de la Mona está ahí. Y la suya también: "Son recuerdos que no tienen precio y son parte de mi vida".
Sin embargo, algo de todo esto la amarga. "La gente se piensa que los que siguen a la Mona no trabajan y se drogan, pero no es así, yo vengo de una familia trabajadora y con esos valores crío con mi marido a mis hijos", asegura con firmeza de madraza.
Incluso alguien en algún momento se animó a cuestionar que "desperdicie" su talento pintando al cuartetero. Pero ella no reniega de su ser monero: "Nací para pintar y cuando pinto a La Mona siento que soy yo, soy solamente yo, él y la pintura", dice con lo que le queda de voz por la emoción.
Hace dos años que Majo no va al baile. Su rol de madre hizo que priorice gastar su plata en otras cosas. Pero ella encontró su forma de conectarse, desde lo más profundo de su corazón, con su ídolo de siempre.
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