"¿Qué tienen en común Bell Ville, las anchas calles de Alta Córdoba, el río Paraná, las coquetas casonas del barrio porteño de Núñez, los Alpes austríacos y los volcanes indonesios?". Esta podría ser una rebuscada pregunta en Los 8 escalones del Millón. Sin embargo, la respuesta es simple: todos esos lugares se rindieron a los pies de Mario Alberto Kempes.
El 15 de julio de 1954 nació en la localidad cordobesa de Bell Ville. Hijo de Doña Eglis y Don Mario, el pequeño Marito estaba destinado a marcar un antes y un después en la historia del fútbol argentino y mundial.
Sus primeros pasos en el Club Atlético y Biblioteca Bell y en Talleres, ambos de la "Capital Mundial de la Pelota", ya marcaban que era un distinto. Un tocado por la varita.
En su época de adolescente intercalaba su trabajo en una carpintería con sus goles a rolete en el verde césped. Por obra del destino, el dueño de la empresa se cruzó con un dirigente de Instituto. Convencido del talento de Kempes, se la jugó con todo al pedirle una prueba en la Gloria: "Si en los primeros 15 minutos no convierte dos goles, hacé lo que quieras, pero si los hace lo tenés que aceptar”.
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De esta manera, en marzo de 1972 el joven Mario disputó una serie de amisosos bajo el nombre de Carlos Aguilera. Es que claro: revelar su identidad podía "levantar la perdiz" en los otros clubes cordobeses, que le podían llegar a "peinar" la joven promesa, una práctica común en esa época. Como no podía ser de otra forma, el tal "Aguilera" la rompió toda y firmó con el club de Alta Córdoba.
El nombre ficticio quedaba atrás y dejaba su paso al inicio de la leyenda de Mario Alberto Kempes.
Fútbol argentino
Su paso por el fulbo' criollo fue demoledor. En Instituto hizo goles hasta por teléfono: 78 tantos en 81 partidos. Salió campeón de la Liga Cordobesa y clasificó al Nacional 73, donde fue tercer goleador del certamen. En el conjunto albirrojo conformó una inolvidable delantera con José Luis Saldaño, Osvaldo Ardiles, Alberto Beltrán y José Luis Ceballos (o Ricardo Cherini).
Sin embargo, el partido que lo unió para siempre con la Selección Argentina fue una victoria por 6 a 1 sobre Racing de Nueva Italia el 20 de mayo de 1973, en la que marcó cinco goles. Horas después, recibió su primera convocatoria a la Albiceleste de la mano del entrenador, Enrique Omar Sívori.
Un dato de yapa: Belgrano fue una de sus víctimas predilectas vistiendo la camiseta gloriosa. Solamente en 1972 le marcó 10 veces.
Sus grandes actuaciones le valieron una transferencia a Rosario Central, donde también se erigió como gran emblema del Canalla. Marcó 94 goles y fue goleador del fútbol argentino en 1974 y 1976. Su apetito voraz por romper redes le valió el apodo de Matador, acuñado por José María Muñoz, según él, "el mejor relator de todos los tiempos".
"Me prometió que si convertía dos goles de visitante en el partido siguiente me iba a poner un apodo. Jugamos contra Banfield, hice tres y ahí me gané el mote", recordó en una entrevista con la revista El Gráfico.
El estrellato
Con el idioma del gol como única manera de comunicarse, despertó el interés del Valencia de España, que lo adquirió en 1976. En su paso por el conjunto che, el Matador se convirtió en gran figura e ídolo.
Metió 146 goles y ganó dos veces el premio al "Pichichi" de la Liga, distinción al máximo anotador de la temporada. Ganó una Copa del Rey al Real Madrid, una Recopa de Europa y una Supercopa al vigente campeón de la Copa de Europa (actual Champions League), el Nottingham Forest. Una bestia.
Tal es la idolatría que le tienen en la ciudad del este español, que en una encuesta del diario Super Deporte en mayo de 2020, fue elegido como la mayor leyenda del club. De la votación participaron alrededor de 100 mil personas.
En su primera etapa en España, Kempes disputó su segunda Copa del Mundo. Después de una experiencia huérfana de tantos en Alemania 74, llegaba con sed de revancha al Mundial de Argentina 78. Y vaya si la calmó.
El Mundial
La actuación mundialista del bellvillense más famoso fue de 0 a 100. Luego de una fase de grupos en la que no marcó goles, Mario se despachó desde la segunda fase de la máxima cita del fútbol. El 14 de junio tuvo un papel excluyente en la victoria por 2 a 0 sobre una poderosa Polonia en el Gigante de Arroyito de Rosario, el patio de su casa. Convirtió los dos tantos del partido y se puso el traje de héroe cuando el partido iba 1 a 0.
En una jugada en la que el Pato Fillol quedó mal parado, el Matador ensayó una especie de La Mano de Dios, el comienzo (sólo en cines) y salvó la valla argentina de un manotazo grosero. Como en ese momento no existía la ley del último recurso, no fue expulsado, y el arquero argentino le contuvo el penal a Deyna.
Sin goles ante Brasil en un 0 a 0 "fiero", la Selección del Flaco Menotti se jugaba absolutamente todo ante Perú. Tenía que ganar al menos 4 a 0 para pasar a la final, por lo que el desafío era de altísima complejidad.
La historia es conocida: Argentina se floreó con un lapidario 6 a 0 manchado por una gran polémica relacionada a una supuesta influencia de la dictadura que gobernaba el país. Al respecto, Kempes recuerda los dos palos que tuvieron los incaicos cuando el partido estaba abierto. Para variar, el bellvillense se despachó con dos "pepas".
Para buscar un momento de relax luego de una heroica clasificación, Marito acompañó a Chocolate Baley en un día de pesca en el río Paraná, con el permiso del DT de la Albiceleste, que les puso como condición llegar al entrenamiento a las 10.
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"A las cinco de la madrugada me despertó. Había conseguido cañas, un equipo de mate y facturas. Un frío de morirse, pero volvimos con cuatro pescaditos, que después le dimos al cocinero para que los prepare para el almuerzo. Nuestra mesa tuvo un menú especial y todos se morían de envidia", recordó en una entrevista a la citada revista.
Precisamente Baley era un compañero que, a modo de cábala, se iba a fumar con Kempes al fondo del colectivo que los llevaba de la concentración a los partidos. Aunque también había muchos que pitaban dentro de aquel plantel.
No obstante, su llegada al Olimpo de los Dioses del Fútbol Argentino se concretó con su actuación descollante en la final ante Holanda. En un encuentro durísimo, metió dos goles de "puro guapo". En el primero, se llevó la pelota con su característica potencia y definió de puntazo ante la salida del arquero.
En el segundo, ya en el alargue después del empate transitorio de Dick Nanninga, gambeteó dos rivales, definió y cazó el rebote del guardavalla neerlandés. 2 a 1 y apertura de la serie que terminó de definirse con el gol de Daniel Bertoni. Argentina era campeón del mundo por primera vez en su historia.
La alegría fue en partida doble, ya que el Matador se erigió como el goleador del Mundial, con seis goles, y la Fifa lo distinguió como el mejor jugador del certamen.
Los festejos
Con la algarabía de saberse los mejores del mundo, los jugadores argentinos celebraron a rabiar la conquista. Lo más común de los festejos es que los integrantes del plantel campeón se presten el trofeo para besarlo, acunarlo o simplemente contemplarlo con la mirada embelesada.
Sin embargo, el capitán del equipo, Daniel Passarella, se ocupó de no dejar que nadie más que él toque la "Copa más linda de todas". "No la soltó nunca", recordó Kempes, amante de escuchar cuarteto, folclore o "algún tanguito" mientras hace el asado.
Otra curiosidad con respecto a la alegría post-coronación, estuvo relacionada a la camiseta que usó contra Holanda. Sólo conservó la que usó en el primer tiempo, ya que la del complemento fue "secuestrada" por el mismo Passarella, que juntó las del resto del equipo en una bolsa y las llevó de ofrenda a la Virgen de Luján.
Vuelta al país
En 1981, Boca y River protagonizaron un inolvidable episodio que pinta de cuerpo entero la rivalidad que los une. Como Boca había contratado a un "gordito" (diría el Loco Gatti) de nombre Diego Armando Maradona, River decidió "romper el chanchito" y sumó a Mario Kempes.
Al llegar desde Europa, Diego tuvo un gran gesto con el Matador y lo invitó a su casa para compartir un "asadito". Don Diego tiró las carnes en los fierros y los jóvenes talentos compartieron un almuerzo mágico, en el que sobraron las anécdotas y las muestras de cariño entre las familias. Inolvidable.
A fin de cuentas, a los dos más grandes del país les salió bien la jugada, ya que el Xeneize ganó el Metropolitano y el Millonario el Nacional del mismo año. En ambos casos, Maradona y Kempes fueron las figuras de sus equipos.
El Mundial 82
Precisamente el Pelusa y el Matador fueron a España a jugar la Copa del Mundo de 1982. La experiencia no fue la mejor y Argentina quedó eliminada en segunda fase.
"Nos equivocamos todos. Pensamos que con la camiseta se ganaba. Además de la base campeona teníamos a Diego, Ramón Díaz, Barbas. Pero nos faltó concentración. Estábamos cerca de la playa, la familia muy próxima al hotel, siempre había alguien con un vinito, otro con una cerveza. Teníamos la cabeza en otra cosa, en la esposa, en la novia, en el hijo...", rememoró Mario en una entrevista a la extinta revista.
¿Se imaginan esta clase de comportamientos en la Scaloneta? Claramente, eran otros tiempos...
Últimos cartuchos
El ocaso de su carrera sería motivo de orgullo de un trotamundos como el Loco Abreu, debido a lo exótico de sus destinos elegidos. Después de un regreso a Valencia y de un paso por el Hércules de Alicante, el bellvillense recaló en el fútbol austríaco. Allí jugó en tres equipos, sin aprender casi nada de alemán en los cinco años en los que estuvo.
Cuando parecía que el Matador había "colgado los timbos" en 1992, tres años pasaron para que volviera a las canchas en Chile. Para darle con el gusto a un amigo, jugó a los 42 años para Fernández Vial, un equipo de Concepción, lugar a donde se dirigía desde Mendoza, ciudad en la que vivía.
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Su última experiencia como futbolista rozó lo bizarro: desembarcó en Indonesia para desempeñarse en el Pelita Jaya. En el club del sudeste asiático fue jugador y entrenador a la vez.
Como director técnico, dirigió Mineros (Venezuela), The Strongest, Blooming e Independiente Petrolero, estos últimos de Bolivia.
Actualidad
En el presente, el máximo coliseo del fútbol cordobés lleva el nombre de Mario Alberto Kempes. Por su parte, el Matador vive en la Florida estadounidense y trabaja como comentarista deportivo en la cadena Espn. Además, tiene un vino con su nombre, es la voz oficial del video juego FIFA y posee un libro autobiográfico.
Hace poco, demostró que "no se olvidó del barrio" y visitó Bell Ville, en lo que fue una gran caravana por toda la ciudad. Un deja vú de lo que fue el día después de aquel 25 de junio de 1978, el día en el que Marito Kempes fue el más Matador de todos.
+ VIDEO: Kempes y su autobiografía: