A los 35 años, Roger Federer vive un comienzo de 2017 tan impensado como asombroso. Después de estar seis meses lesionado, volvió a la competencia para ganar su quinto Abierto de Australia y su 18º Grand Slam.
Este martes, el mejor tenista de todos los tiempos fue recibido por cientos de fanáticos en el aeropuerto de Kloten, al regresar a Suiza. Roger bajó del avión con el trofeo en sus brazos y atendió con una sonrisa a todos los que se acercaron para pedirle una foto o un autógrafo.
Más allá de hablar sobre el impresionante torneo que jugó y del gran partido final que disputaron con Rafael Nadal, Federer sorprendió al referirse a la intimidad familiar y a los festejos tras la obtención del título, algo inusual para su estilo correcto.
Federer volvió al hotel y se encargó de hacer dormir a sus cuatro hijos. "Salí de la habitación con la bolsa de raquetas colgada en la espalda", reveló. Luego, se fue a festejar con su mujer, el resto de su familia, su equipo y sus amigos. "Estábamos en un bar. Un DJ nos ponía la música que más me gustaba", comentó.
Parece que la celebración duró hasta tarde (o hasta temprano). "Llegamos con la salida del sol, estuvo bien. Fue genial ver amanecer en Melbourne al entrar en la habitación, fue una noche larga pero muy divertida. Todo el mundo lo pasó bien, fue un día especial y finalizó de una gran forma, divirtiéndonos mucho y olvidando toda la presión", describió Federer.
Sin embargo, lo más divertido fue que Roger durmió sólo una hora porque lo despertaron los ruidos que hacían sus cuatro hijos, los gemelos Leo y Lenny y las gemelas Myla y Charlene, quienes jugaban en la habitación con el trofeo del Abierto de Australia. "Los niños ponían juguetes dentro de la Copa y ellas cepillaban el trofeo", relató el suizo.