La noche del 10 de septiembre de 2001, Gustavo Cuello había regresado en auto a Nueva York para terminar su mudanza hacia Washington D.C., donde tenía instalada su joyería. El cordobés radicado en Estados Unidos hacía mucho tiempo, nunca imaginó que aquella imagen desde la altura de Nueva Jersey sería la última del imponente World Trade Center en pie.
Aunque en realidad lo que marcaría a fuego la memoria de Gustavo fue la ironía del destino que lo llevó a conocer a David Charlebois, el joven copiloto del vuelo 77 de American Airlines que se estrelló contra el ala occidental de El Pentágono provocando la muerte de 64 personas a bordo y 125 en el edificio.
Recuerda el joyero que David llegó al local ubicado a pocas cuadras de la Casa Blanca por recomendación de una amiga suya, también en ese rubro. “Compraba adornos de alto diseño y joyas. Lo frecuentaba con su pareja y a veces con otros amigos de la empresa aérea”, resaltó.
Las charlas oscilaban entre la curiosidad por determinar qué motivos llevaron a Cuello a instalarse en aquellas tierras y su propia fascinación por los aviones. “Como había pasado por la Escuela de Aeronáutica de niño, quería saber todas las cuestiones técnicas (velocidad, despegue, aterrizaje, etc.)”, dijo.
Lo destacó como “una persona amable y querida en su región. Era un activista que ayudaba a gente necesitada y por ende muy conocido entre sus pares. Lo ví por última vez en el mes de agosto, unos días antes del atentado”.
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Gustavo no puede olvidar el shock de despertar aquella mañana y advertir que con el segundo impacto contra la Torre Sur, descartaba la hipótesis de un accidente para aceptar que estaba en el blanco de un ataque terrorista.
“Nueva York, la ciudad que nunca duerme, nunca para, tuvo de repente un silencio sepulcral. Todo quedó detenido”, señaló. "Había mucha gente en la calle, desesperada y que corría de un lado para el otro, cruzaban los puentes, sin saber exactamente adónde ir. Era impresionante ver eso”.
La casa de Cuello en Washington estaba a unas 14 cuadras de El Pentágono y sus amigos cuando escucharon el impacto del avión, pensaron que era “un misil”. En esa aeronave estaba el copiloto Charlebois de 39 años, conocido de Gustavo, cliente habitual de su joyería.
Recién a media tarde de aquel 11 de septiembre, recibió la noticia fatal. Para ese momento todo era desconcierto y desolación. Tal vez por eso el joyero y asesor bilingüe de numerosas empresas en Córdoba, reconoce que “aquella fue una experiencia que te impregna el alma, no se va y queda allí. Hay que ir evaluando qué hacer en la vida, qué rumbo seguir y ver que las cosas se pueden acabar en un instante”.
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