Si en lugar de levantar un muro arancelario contra el que chocaron todos los mercados bursátiles y se hicieron trizas las acciones de muchas compañías incluso norteamericanas, Donald Trump hubiera ejecutado su proyecto al revés, le habría ahorrado al mundo este brutal sacudón que podría derivar en una recesión económica global.
Elon Musk parece disentir con su socio político y cuestionar, puertas para adentro del gobierno, la política de aranceles implementada. Propone firmar rápidamente un tratado de libre comercio con Europa y con otros grandes (ahora ex) socios comerciales de Estados Unidos.
El presidente eligió hacer las cosas a su modo, aplicando su fórmula de matonería empresarial: primero te muelo a golpes y después te propongo ser amigos, algo que tus chichones y hematomas te recomiendan como conveniente.
El problema es que al empezar con una paliza al mundo entero causó un tembladeral en el que también pierde Estados Unidos. El camino inverso era el indicado para quien gobierna con responsabilidad de estadista. Podría primero haber propuesto, caso por caso, acordar reciprocidad en los aranceles mutuos, dando oportunidad de que los países que hayan abusado de esas tasas a las importaciones norteamericanas, puedan corregirse o, en su defecto, afrontar las consecuencias.
Recurriendo a la matonería comercial, Trump irá proponiendo ahora, tras haber lanzado una bomba atómica arancelaria, corregir la balanza comercial para que cada país tenga la oportunidad de bajar los aranceles a los productos norteamericanos, en lugar de haber hecho lo inverso: negociar previamente, país por país, el equilibrio comercial y, en todo caso, castigar con aranceles a los países que no acepten.
Es probable que, finalmente, logre una realidad más conveniente para Estados Unidos, pero eso no es seguro, porque es anacrónico el objetivo que lo llevó a causar este sacudón que en todo el mundo tumbó empresas, generó desempleo, causó infartos, crisis de nervios y el salto de algún que otro broker financiero desde la ventana de un rascacielos.
El jefe de la Casa Blanca avanza mirando la realidad por el espejo retrovisor. Propone volver a las últimas décadas del siglo 19, cuando en Estados Unidos no existía el impuesto a la renta y había aranceles a los productos importados que William McKinley acrecentó significativamente entre 1897 y 1901.
Igual que a la primera elección, Trump ganó este segundo mandato proponiendo una utopía regresiva: retrotraer la economía norteamericana al tiempo de las grandes fábricas colmadas de obreros, con altísimos edificios en el Down Town colmados de oficinistas. La Norteamérica que, como los imperios decimonónicos, buscaba apropiarse de recursos naturales de otros países.
China quiere imperar sobre el área asiática que la circunda pero no para extraer minerales que puede obtener de otros modos. Quiere una limpieza étnica para expulsar a los uigures y repoblar el territorio de Xingiang con la raza Han, mayoritaria en China. Quiere recuperar Taiwán para cumplir con un viejo objetivo nacionalista y, de paso, apropiarse de la mayor producción mundial de microchips, también es por razones que no tienen que ver con los minerales que Xi Jinping quiere ampliar la soberanía marítima del gigante asiático.
Narendra Modi y su gobierno ultranacionalista que quiere imponer su influencia en toda el área que circunda a la India por razones más culturales y religiosas que coloniales, porque su mayor avance está desde hace décadas en el avance tecnológico, como China en el terreno de la Inteligencia Artificial, de la robótica, de la exploración espacial etcétera.
Viendo como actúa Trump con Canadá y Groenlandia, crece el temor frente al nacionalismo hinduista que expresa Narendra Modi en Pakistán, Bangladesh, Nepal, Bután, Myanmar y Sri Lanka.
ABIERTAMENTE, Trump y su inspirador ruso, Vladimir Putin, tienen ambiciones decimonónicas: conquistar territorios para obtener minerales; el Dombás ucraniano, las tierras raras de ese país eslavo, Groenlandia y el ártico canadiense con sus glaciares en retirada, etcétera.
Los cuatro (Modi, Putin, Xi y Trump) son nacionalistas y expansionistas, pero el norteamericano y el ruso tienen miradas anacrónicas sobre la grandeza de Rusia y la grandeza de Estados Unidos. “Make América Great Again” (Hacer Grande a América Otra Vez) es un eslogan que deja ver la utopía regresiva en el “again”.
Aunque sus aranceles hagan regresar automotrices a los Estados Unidos, no volverá el país de las grandes fábricas colmadas de Obreros y rascacielos colmados de oficinistas. Eso es una utopía regresiva que despertó una ilusión ingenua en una franja amplísima de norteamericanos, porque hoy los automóviles, las computadoras, los teléfonos y miles de productos están en hechos con piezas fabricadas en distintas partes del planeta. Eso es en gran medida la globalización que hizo bajar los precios de los bienes complejos y de alta tecnología.
En ese punto estaría la falla del muro arancelario levantado por Trump. El magnate neoyorquino intenta avanzar mirando el camino por un espejo retrovisor. Su visión geopolítica, como la del jefe del Kremlin, tiene más del mundo dividido en los grandes imperios que se disputaban posesiones coloniales, para nutrirse de las materias primas que utilizaban sus industrias.
En 1914, esa puja desembocó en la Primera Guerra Mundial. Woodrow Wilson fue el presidente norteamericano que intentó racionalizar la producción, el comercio y la política mundial expandiendo la democracia y el Estado de Derecho, con un árbitro que evitara nuevas guerras: la Sociedad de Naciones.
Europa no quiso entender a Wilson, bloqueó la Sociedad de Naciones y llevó el mundo a la Segunda Gran Guerra, después de la cual Estados Unidos fue el eje del libre comercio que hizo prosperar muchísimos países hasta el desarrollo. El orden que podría quedar definitivamente sepultado bajo el mundo de aranceles de Trump.