No es nuevo que Donald Trump eche a un alto funcionario de su gabinete y el despedido se vaya lanzando graves acusaciones contra el presidente. En el primer mandato, despidió al consejero de Seguridad Nacional John Bolton, quien se fue acusando a Trump de traicionar los intereses geopolíticos de los Estados Unidos en el mundo al romper sus alianzas históricas.
Más grave aún es la ruptura con Elon Musk porque el mega-millonario sudafricano se fue del gobierno mostrando videos que probarían que Trump era cliente del tratante de prostitución de menores Jeffrey Epstein, lo cual resulta creíble por la larga lista de denuncias por acoso y por abuso sexuales que acumula el magnate neoyorquino, quien además pagaba por sexo a estrellas del cine pornográfico, como Stormy Daniels.
No obstante, la escandalosa ruptura del jefe de la Casa Blanca con el dueño de Tesla y de Space X podría ser un peligroso punto de infección del actual gobierno norteamericano, porque el tándem que el Partido Republicano “vendió” al electorado en la última campaña presidencial no fue Trump-J.D. Vance, sino un dúo sin antecedentes en la historia de Estados Unidos porque no era la tradicional fórmula presidente-vicepresidente, sino que mostraba al candidato presidencial junto a una figura del mundo empresarial que no era candidato a nada.
La campaña republicana vendió la imagen de Trump junto a Elon Musk. Ese fue el tándem que votó la mayoría de los norteamericanos. Por lo tanto, lo que se acaba de romper es el eje político del liderazgo que fue apoyado en las urnas.
La otra gravedad de la ruptura tiene que ver con su verdadera causa. Tanto Trump como Musk argumentan diferencias políticas. Sin dudas las tenían y eran bien visibles.
El dueño de Space X es, en lo económico, fuertemente ideológico. Cree con fervor dogmático en el reemplazo del Estado por un poder repartido entre un puñado de grandes corporaciones empresariales, tal como se desprende de la teoría de Murray Rotbard, el pensador socio-económico que venera Javier Milei. En cambio Trump es esencialmente pragmático, enemigo del libre comercio que rigió en las últimas ocho décadas y propenso al proteccionismo de la producción nacional.
Esas diferencias estuvieron a la vista siempre y no puede estar en ellas la verdadera razón, aunque los demás miembros del Gabinete de Trump cuestionaban duramente los recortes presupuestarios y los despidos masivos que provocaba la motosierra de Musk. La decisión de Trump de desprender del hombre más rico del mundo no fue porque le provocara indignación que el recorte aplicado a USAID (Agencia de USA para el desarrollo Internacional) causó decenas o centenares de miles de muerte al cortar la distribución de alimentos y de medicamentos. Las causas de la pelea estarían en las diferencias respecto al apoyo del Estado a sus respectivos mundos empresariales.
Musk reclamaba subvenciones y recortes impositivos en el terreno de la alta tecnología y sentía que Trump estaba perjudicando sus negocios.
Como fuere, el hecho es que la política norteamericana se parece a La Guerra de los Roses, la película de 1989 en la que Michael Douglas y Kathleen Turner interpretan un matrimonio que se divorcia de manera brutalmente escandalosa y violenta.
Una pelea que deja en situación incómoda a muchos en la elite conservadora y empresarial de Estados Unidos, y también a algunos gobernantes extranjeros, como Javier Milei, quien tendrá ahora que hacer equilibrio entre los dos magnates a los que aduló con cholulismo. El presidente argentino se identifica con ambos en el terreno del ultraconservadurismo y de la plutocracia (la consideración de que el poder político debe estar en manos de los más ricos). Pero en términos ideológicos, está más cerca de Elon Musk, a quien le regaló la motosierra que simboliza la voluntad de recortar presupuestos, aunque el precio humano que pagarán los sectores vulnerables sea espantosamente alto.