“El hombre ha creado al diablo a su imagen y semejanza”, escribió Fyodor Dostoyevsky. Algo que debió parecer una obviedad para quienes vieron con sus propios ojos y sufrieron en su propia piel el infierno que se manifestó ante la especie humana hace exactamente 80 años.
En sólo tres días murieron más doscientas mil personas con los fogonazos que derritieron Hiroshima y Nagasaki. El infierno que ya se había asomado al mundo en los campos de concentración donde Hitler industrializó el asesinato, volvió a mostrarse en la tierra. Y de nuevo fue la especie humana la que lo creó, tal como dijo Dostoyevsky.
En Japón llaman hibakusha (persona atacada con la bomba) a los sobrevivientes de las dos bombas atómicas. Y todos los años, muchos de esos testigos del infierno reclaman al mundo poner fin a la existencia de las armas nucleares. Ochenta veces las voces de los hibakusha le dieron al mundo ese mensaje. Primero eran voces jóvenes y firmes, a pesar de surgir de cuerpos contaminados de radioactividad. Hoy son apenas un puñado de voces tenues, porque los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki que aún no han muerto ya tienen como mínimo ochenta años.
El mensaje sigue siendo el mismo y este año sumó su voz el Papa León XIV. Pero a medida que se acerca el centenario del doble ataque nuclear norteamericano de agosto de 1945, el peligro de que vuelva a ocurrir un holocausto nuclear se agiganta, así como también se agiganta la magnitud de sus consecuencias.
Hoy, si una potencia nuclear usa ese tipo de armamento contra otra potencia, el estallido de la primera ojiva atómica sería el Big Bang de una lluvia de misiles nucleares volando en distintas direcciones. Y el poder destructor de las ojivas actuales es miles de veces más destructivo que el de las bombas que devastaron Hiroshima y Nagasaki.
Hace ochenta años sólo un país podía lanzar bombas nucleares, por lo tanto no había riesgo de que un ataque en esos términos pudiese ser respondido. Hoy, lo inevitable es que muchos líderes aprieten su botón rojo. Por lo tanto, un holocausto nuclear de este tiempo tendría alcance global y aceleraría el proceso de cambio climático.
A eso se suma otro rasgo patológico de esta etapa de la historia: el número de líderes con posiciones extremistas y evidentes desequilibrios psíquicos y emocionales.
En todos los tiempos hubo líderes demenciales, guerras y peligros de más guerras. La diferencia con este tiempo es lo que implicaría una guerra en la que alguno de los tantos líderes demenciales que tienen a mano un botón rojo, se decidiera apretarlo.