La cola del confesionario de seres humanos es larga. Cada uno de los penitentes se demora. Las cuentas a cobrar son muchas.
Están los que han asesinado congéneres. Cada uno tiene un pretexto. La impotencia, la injusticia, la crueldad ajena, el hastío, los herejes, los celos, el pasado. De una u otra forma han dañado al mundo.
Están los corruptos, los pedófilos, los estafadores. Pero también una fila de indolentes, despreocupados, egoístas. Hay gente que abandona al prójimo necesitado, que contamina, que degrada; están los mentirosos, los charlatanes, los embaucadores, los pérfidos, los hipócritas. Entre esa muchedumbre, que no le hace honor a la humanidad, hay quienes desataron guerras fraticidas o condenaron a miles a la pobreza extrema y a otros tantos a vivir con miedo. Amedrentaron, sojuzgaron, censuraron, sobornaron y cuando les hizo falta torturaron.
Como es lógico, semejante listado de atrocidades ha incitado al sometimiento o la rebelión, y multiplicado las voces críticas, las apocalípticas. Ha infectado el trato cotidiano de repulsas a la humanidad.
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Pero la humanidad tiene reservas. Maravillas resistentes a exclusiones arbitrarias. Prodigios ante el que se postra hasta el más hondo de los rencores.
La humanidad ha inventado la rueda y el lenguaje. Creó la música y sus instrumentos. Aprendió a sonreír y abrazar. Elaboró el pensamiento, la escritura, y con ellos múltiples maneras de abrigar emociones. Navegó los mares, abrió caminos, sembró la tierra. De la humanidad emergieron Moisés, Jesús y Mahoma. Copérnico y Galileo. Newton y Einstein. Juana de Arco, Madam Curie, Simone de Beauvior.
La humanidad se conmovió por el prójimo y ayudó a caminar al desvalido. ¿O no fue de ella que nacieron Francisco de Asís, el Mahatma Ghandi y Teresa de Calcuta? ¿O no son los seres humanos los únicos animales que se preocuparon y ocuparon por las otras especies? Jeremy Bentham, Richard Martin, Mary Tealby, Dian Fossey, Jane Goddard. Cientos, miles en la historia, que abandonaron sus propias vidas para proteger la diversidad natural.
Fue la humanidad la que potabilizó el agua, llevó las heces a los alcantarillados, descubrió la penicilina, desarrolló la anestesia, las vacunas. Inventó la angioplastia, el by-pass, los trasplantes y decenas de procedimientos que salvaron y salvan millones de vidas.
La misma humanidad que insultamos a diario, que descalificamos por insensible y desalmada, nos ideó guaridas seguras para cuidarnos de la intemperie, fabricó atuendos para enfrentar inclemencias, puso a nuestra disposición cientos de instrumentos con los que desafiar la oscuridad, el frío, la distancia, la soledad.
Mientras nosotros inundamos las redes de desesperanza, hay millones que trabajan en el anonimato persiguiendo la utopía de un mundo mejor. Miles de científicos, artistas, educadores o gente que sin tener conocimientos específicos se levanta a diario con el mandato de darle una mano al vecino.
En el 1700 la expectativa de vida promedio en el mundo era de 29 años. Hoy es de 71. Desde entonces la mortalidad infantil se redujo cien veces en los países desarrollados. En el África Subsahariana, en la década del 60, moría uno de cada cuatro niños que nacían; hoy ha descendido a uno de cada diez. Entre 1970 y la actualidad, el porcentaje de personas desnutridas en los países más pobres bajó de 35 a menos del 15 por ciento. Desde 1920 se redujeron drásticamente las muertes por hambrunas y los especialistas de las Naciones Unidas creen posible que antes de fin de siglo la pobreza extrema quede eliminada completamente de la faz de la tierra.
Pero a menudo el mundo no es lo que es sino lo que parece ser. Nos abruma lo que ocurre día a día porque las noticias no cuentan lo que no sucede. Ningún movilero saldrá en el medio de una ruta vacía diciendo “estamos aquí, donde no ha ocurrido ningún accidente”. Es cierto. Es imposible progresar, mejorar, sin cuestionamientos al presente. Pero hay un espacio entre la crítica que estimula y la denostación que inmoviliza. La humanidad, entre descansos y retrocesos, ha continuado adelante. Pese a los Atila, los Nerón, los Torquemada, los Hitler.
Ha habido y habrá María y Magdalena; y Guttemberg; y Leonardo y Mozart y Velázquez; y Kant y Hannah Arendt; y Kafka y Jane Austen; y los Beatles y Piazolla y Edith Piaf; y Kennedy y Mandela; y Gagarin y Armstrong. Humanos dispuestos a demostrar que se puede crear un mundo que merece ser vivido