La pregunta se puede hacer en cualquier momento y la respuesta va a ser similar. Puede un encuestador del siglo 19 parar al Deán Funes saliendo de la catedral en 1810 o uno de esta semana en la misma plaza San Martín interrogar a un transeúnte cualquiera: “¿Usted cree que Córdoba es discriminada por Buenos Aires?”
Las contestaciones de la historia las tenemos en documentos. La de la actualidad, en cualquier resultado de sondeos de opinión pública.
El más reciente es el que mostrabamos la semana pasada en Arriba Córdoba, de Reale Dallatorre Consultores, que arroja que casi el 70 por ciento de los cordobeses se siente discriminado.
La idea de la discriminación, sustentada en hechos concretos y medibles, está enraizada culturalmente en nuestra identidad y el sistema político cordobés se estructuró a partir de ese discurso.
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Si repasamos sólo el tramo de la restauración democrática para acá, los tres veces gobernadores Eduardo Angeloz y José Manuel de la Sota sustentaron sus proyectos sobre la misma idea: la isla del radical y el cordobesismo del peronista. Uno se enfrentó a Raúl Alfonsín, el otro a Néstor y Cristina Kirchner.
Heredero de esa tradición política, Juan Schiaretti venía enancado en ese discurso, que también le permitió hacer triplete en el máximo cargo ejecutivo provincial. Hasta que la crisis y la emergencia sanitaria desnudaron la fragilidad cordobesa y la imposiblidad de plantear discurso enfrentados al centralismo porteño.
Por eso, después de meses de complejo equilibrio, un ministro provincial se acordó del tema.
Lo de Walter Grahovach, titular de la cartera de Educación cordobesa, en Arriba Córdoba fue una doble sorpresa: primero, porque recién ahora un funcionario provincial plantea claramente las asimetrías perversas en la toma de decisiones; segundo, porque Grahovac abrevó durante mucho tiempo en el kirchnerismo, que sistemáticamente niega esas conductas discriminator
“No se pueden tomar decisiones por lo que pasa donde vive la mayoría de los argentinos, pero no todos los argentinos”, arrancó Grahovac, en alusión a que cuando en Córdoba no había casi casos de Covid y el AMBA estallaba, no había clases presenciales; y con el achatamiento de la curva en Buenos Aires y el crecimiento aquí, se plantea analizar el regreso a las aulas.
Pero le duró poco al ministro schiarettista. Se acordó que la instrucción es no hacer enojar a la Casa Rosada, ni a Alberto Fernández ni a Cristina Fernández y rápidamente ponderó las decisiones del ministro nacional Nicolás Trotta.
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Pide más disciplina
En las expresiones de Grahovac está la síntesis del dilema del gobierno cordobés. Lo discriminan pero no puedo decirlo, no por convicción sino por debilidades propias.
Agachar la cabeza sin que se note tanto, que es lo que viene haciendo Juan Schiaretti desde que asumió su tercer mandato.
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En ese contexto, no es casual que el presidente Alberto Fernández no haya venido nunca a Córdoba en casi un año de gestión, después de haber estado tan enojado por la falta de respaldo de Schiaretti a su candidatura.
Suspendió la semana pasada la visita a Fadea como una manera de mostrar que exige aún más disciplina y sumisión por parte del gobernador cordobés.