El 7 de abril, los hinchas de Tigre lloraban de tristeza porque no pudieron evitar el descenso. El equipo de Gorosito acababa de ganarle a River en el Monumental y cerraba un gran torneo, pero por solo dos puntos no lograba torcer el destino. Casi dos meses después, 56 días para ser exactos, los mismos hinchas lloraban de alegría por conseguir el primer título en 115 años de historia.
Esta historia, mágica e increíble, solo sucede en el tan cambiante fútbol argentino. Un deporte, el más popular por escándalo, en el que la dirigencia se encarga de cambiar constantemente las reglas de juego para favorecer a los amigos del poder de turno.
El caso de Tigre es solo el más reciente ejemplo, pero sirve para poner en evidencia los desmanejos de nuestro fútbol. Podríamos continuar analizando la flamante Superliga, un formato que desembarcó para organizar la Primera División pero que trajo más problemas que soluciones.
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El nuevo torneo de duró solo ocho meses. El año le quedó largo y los dirigentes debieron improvisar e inventar una Copa que terminó ganando Tigre. El actual formato solo favorece a los clubes poderosos y condena a los más chicos. Ocho meses de competencia significa solo ocho meses de ingresos económicos y golpea las arcas de la mayoría de los clubes que tienen que pagar sueldos de jugadores y empleados los doce meses del año.
La Copa de la Superliga nació como un parche para evitar el papelón de no saber calcular la duración del año, pero también dio la nota en varios aspectos. Primero, al jugarse después de la Superliga y no en simultáneo como en el resto del mundo, la jugaron cuatro equipos que ya estaban descendidos y no pertenecían a la Superliga. Además, al ser por eliminación, no garantizó lo único importante: la competencia de todos los clubes a lo largo de la temporada. La dirigencia tomó nota y la próxima temporada cambiará su formato por completo.
El tema de los premios es otro punto polémico. Tigre logró algo histórico: clasificar dos veces a la Copa Sudamericana, pero al estar descendido, el reglamento, poco claro, se lo negó. Consiguió el premio mayor, clasificar a Copa Libertadores, pero no sin antes pelear en los escritorios algo que ganó dentro de la cancha.
El calendario está tan mal armado que esta semana muchos clubes volverán a entrenar pensando en la próxima temporada y los finalistas de la Copa recién están comenzando sus vacaciones. Sin contar que seguimos a contramano del mundo y nuestras temporadas arrancan cuando las copas internacionales y las demás ligas van por la mitad de las competencias.
En medio de todo aparece el tan polémico descenso. Un sistema que solo existe en Argentina y que nació en los 80 para evitar que los equipos grandes pierdan la categoría. 30 años después, un puñado de dirigentes se reunió en un hotel y acordaron eliminarlos. Los motivos pueden ser válidos, pero no el lugar ni la manera para plantearlo.
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El ascenso no se salva del aplazo y cada año cambia su formato para beneficiar a distintos equipos. El caso más escandaloso sucede en la tercera categoría. En la B Metropolitana, un puñado de clubes de Capital Federal y alrededores, solo 20, se repartieron cinco ascensos a la B Nacional y un descenso. El gran beneficiado fue el ascendente Barracas Central, club del presidente de AFA, Claudio “Chiqui” Tapia.
Todo lo contrario ocurre en el interior. En el Torneo Federal A los equipos deben recorrer largas distancias por todo el país para lograr un objetivo mucho más difícil que el de sus colegas de Capital Federal. A lo largo de todo el año, 36 clubes pelearon por solo dos ascensos y ocho descensos.
Las injusticias y las irregularidades en cada una de las categorías son muchas, demasiadas. Cualquier persona podría pensar que el desencanto de la gente haría que el fútbol deje de ser tan popular. Sin embargo, la pasión de los hinchas sigue intacta y justifica cada uno de los papelones. Sino pregúntenle a los hinchas de Tigre que volvieron de la muerte y tocaron el cielo con las manos en menos de dos meses.