Cada vez que se muere un policía trabajando, Alicia se muere un poco más. Se muere lo que no se alcanzó a morir el día del motín de San Martín.
Ese día, hace 14 años y 10 días, una bala le dio en la cabeza a su hijo policía Roberto Cogote. Alicia tiene en la mirada una lágrima que se esparce como el panóptico de las cárceles.
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La del guardián que mira a todos sin que todos puedan mirar. Esa lágrima que le oprime una sola conclusión.
Que delincuentes que estaban en el motín volvieron a delinquir, que la ruleta sigue y las balas salen para el mismo lado. Alicia contiene el aliento y grita: “¡Que hagan algo!”. Y se cae y dice que no se calla más. Y no le tiene miedo al que nada hace para parar.
Será que se harta Alicia de morir.