Tenía cinco años cuando fue a su primera elección. Era un juego de niños en la Unidad Básica que estaba frente de su casa en barrio General Paz de la ciudad de Córdoba, allá por 1954, cuando el peronismo transitaba ya su segunda gestión. La perdió, según cuenta en su autobiografía Quiero y puedo.
José Manuel de la Sota nació y murió haciendo política y con la vista puesta en una votación. Lo marcaron tanto las derrotas como las victorias. De hecho la broma que más repetía era que el 20 de diciembre de 1998 los cordobeses lo habían elegido gobernador porque se habían cansado de que se presentase en todos los turnos.
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Se ufanaba que después de aquella elección, el peronismo de Córdoba nunca más perdió una votación provincial bajo su comando. Lo obsesionaba que los argentinos no lo tuviesen en cuenta para presidente. Y, por cuarta vez, estaba trabajando para disputar la Casa Rosada.
De hecho, el repaso de Quiero y puedo, el libro que escribió para la su última campaña presidencial de 2015, permite encontrar de manera muy sutil y cuidando modales lo que pensaba de los últimos mandatarios y candidatos: que todos eran menos que él.
Tradicional e innovador
De la Sota fue un líder político de los tradicionales pero siempre enfocado en incorporar elementos modernos. Un clásico remixado.
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Por eso fue el primero que trajo a Córdoba asesores extranjeros para hacer campaña, uno de los precursores de ocultar la simbología partidaria cuando advirtió que ya a los ciudadanos no lo contenían esas estructuras, un cultor del marketing político, un innovador permanente. Todas esas facetas que mostró públicamente en los últimos años, cantor, modisto, conductor de TV, eran máscaras que escondían el mismo rostro: un político que quiere ganar elecciones.
Más allá de no haber logrado nunca un caudal de votos importantes en el país, fue una figura importante en la escena nacional. Y central en Córdoba. Fue el gran actor político de lo que va del siglo 21, más allá de las valoraciones que cada uno haga de su gobierno, que repartido en tres gestiones no consecutivas dejó una larga lista de aportes y logros y otra similar de falencias y debilidades.
Un proyecto sin precedentes
Fue el dueño y hacedor de un proyecto político que gobierna Córdoba de manera ininterrumpida desde hace 20 años, lo cual no tiene antecedentes históricos en la provincia.
Construyó Unión por Córdoba, una coalición de partidos conservadores hegemonizada por el peronismo, a partir de explícitos y no tan explícitos acuerdos y alianzas con los factores clave de poder, incluidos los que deberían ser oposición o instancias de control.
Encontró en Juan Schiaretti, al socio ideal, que más allá de algunas diferencias, le permitió edificar un proyecto de acumulación de poder provincial con escasos antecedentes.
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Lo más parecido que conocíamos los cordobeses era Eduardo Angeloz, el otro que logró ser tres veces gobernador. De la Sota y Angeloz fueron enconados rivales pero terminaron con una afectuosa y estrecha relación personal. El radical se ufanaba de que a él nunca le había podido ganar pero le estaba agradecido porque el peronista había sido el primero en reivindicar su gestión.
En realidad, los modelos de gestión y de acción política tuvieron mucho más puntos de contacto que diferencias.
Ambos dejaron un vacío en la política de Córdoba que se irán llenando con otros estilos y modelos de liderazgo.
Para muchos para bien, para otros para mal, es altamente probable que ya no volvamos a ver políticos como ellos.