Viernes 16 de abril. 17.30. Miro una y otra vez el correo electrónico enviado por el laboratorio y sentencia: "detectable".
"No es posible. Dónde me contagié si me cuidé muchísimo. Debe ser un error tal vez provocado por una reacción a la vacuna antigripal que acabo de recibir". Todos esos pensamientos fueron los primeros tratando de encontrar una respuesta y a la vez cierto consuelo sin imaginar siquiera que daba los primeros pasos en la pasarela hacia el infierno.
La noche de ese mismo día empezó la fiebre, que traté de controlar como siempre recomendaron con paracetamol o ibuprofeno. Pasó una semana y cada día lejos de estar mejor, estaba un poco peor.
Primer gran error y sirva a modo de advertencia. Nunca debí pensar que todo pasaría como un resfrío porque se perdieron horas valiosas que podrían haber evitado la tormenta que se gestaba en mi organismo. Tal vez todo se hubiera limitado a antivirales o antibióticos, pero sin llegar al límite.
Nunca debí pensar que todo pasaría como un resfrío porque se perdieron horas valiosas.
Aquí aparece el primer gran protagonista de esta historia. Fue el doctor Miguel Díaz, director del Hospital Rawson, quien al consultar por mi situación decidió de manera urgente los primeros estudios. El resultado fue neumonía bilateral severa y el tratamiento, la inmediata internación.
Esa misma noche me aplican la primera dosis de suero equino intentando morigerar lo inevitable. La mañana del sábado 24 de abril me encontró mejor y hasta con cierta tranquilidad de que lo peor había pasado. Nada de eso. Tan sólo una efímera ilusión porque a las 24 horas el cuadro se agravó y el único destino, la terapia intensiva.
En total fueron 9 días aunque por supuesto los 4 primeros sellarían la suerte del resto. Mis parámetros no podían ser peores. Seguía con fiebre y apareció una arritmia que lo complicaría todo. A eso se sumó una pobre saturación de oxígeno en sangre con niveles muy por debajo del 90 por ciento, gases por encima de lo normal y una luz amarilla de un probable paro cardíaco si la situación se prolongaba en el tiempo. La intubación (práctica que defino como lo más espantoso para soportar) aparecía como un hecho entre los profesionales que me asistían.
Horas cruciales
Aquí el otro protagonista clave: Hernán Cravero, un joven kinesiólogo, que a modo de arenga buscó impedir según sus propias palabras que "tirara la toalla".
Sin dudas fue un instante de quiebre. Con la poca fuerza que me quedaba, elevé una oración a mi madre, el ángel guardián que desde los 7 años me protege en las situaciones extremas y le pedí: "Lo que tenga que pasar que pase rápido, porque ya no lo soportó más".
Elevé una oración a mi madre, el ángel guardián que desde los 7 años me protege, y le pedí: "Lo que tenga que pasar que pase rápido, porque ya no lo soportó más".
Fueron horas cruciales donde de manera muy lenta el panorama empezó a revertirse dejando atrás el maldito tsunami de un virus impredecible.
A partir de allí, muchos contribuyeron a alivianar la carga de las horas por venir. Con la injusticia de poner tan sólo algunos nombres no me puedo olvidar de la actitud de la payasa Chapita (del personal de limpieza) o la enfermera Claudia Mansilla del pabellón 6 de la UTI (que me regaló un montón de elementos de higiene personal).
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El sistema público de Salud, tantas veces vapuleado y lleno de carencias, ése que hace escuela y que integran desde la persona que desinfecta la sala pasando por cientos de profesionales a veces extenuados en su lucha contra un enemigo todavía no del todo conocido, me salvó la vida.
El sistema público de Salud, tantas veces vapuleado y lleno de carencias, me salvó la vida.
Eterna mi gratitud al director del hospital Rawson, doctor Miguel Díaz y a todos los que conforman esa familia.
Por otra parte, cada uno de los cientos de mensajes y gestos de familiares, amigos, compañeros de trabajo, colegas o simples conocidos por la profesión me convierten en deudor inagotable por tanta energía que alimentaron mis ganas de pelear hasta el final.
No a la victimización
Para quienes piensen que este relato apunta a la victimización, advierto todo lo contrario y exijo despojarlo de cualquier intencionalidad política.
Es describir una realidad indeseable para nadie y en todo caso aportar a la concientización. Un sufrimiento extremo que puede llevar a la muerte en la más absoluta soledad porque ningún familiar tiene autorizado acceder a ese sector prácticamente blindado. Escenas desgarradoras de pacientes que se niegan a los gritos a ser entubados y donde los médicos toman la decisión llamando por teléfono a su entorno quedarán por siempre en mi memoria. Un permanente ajetreo de gente que lejos de "relajarse" va y viene sin paz dejando todo para salvar lo único que tenemos, la vida.
Mis últimos estudios revelan una paulatina y alentadora recuperación, que sin embargo llevará por lo menos 3 meses para la plenitud. Si no se cruza ninguna piedra en el camino, falta muy poco para el reencuentro y el tiempo de volver. O mejor dicho, el tiempo de comenzar un nuevo tiempo.