El balotaje es un escenario muy poco común para la Argentina. De hecho, en toda su historia hay un solo antecedente: el de 2015, en el que Mauricio Macri fue elegido presidente después de ganarle la segunda vuelta a Daniel Scioli.
Esto hace que el electorado tenga muchas dudas sobre su funcionamiento. Lo primero que hay que aclarar es que se llega a esta instancia únicamente cuando ninguno de los candidatos que se presentan a la general obtiene más del 45% de los votos afirmativos o el 40% de los votos y una diferencia porcentual mayor a 10 puntos.
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Para evitar la segunda vuelta, también cabe la posibilidad de que una de las dos fórmulas decida bajarse de la contienda. Eso fue lo que ocurrió en 2003, en los comicios que iban a ser definidos entre Carlos Menem y Néstor Kirchner, y en 1973, en los que tuvieron como protagonistas a Héctor Cámpora y Ricardo Balbín.
Quién gana el balotaje
El artículo 151 de la Ley 24.444 establece: “En la segunda vuelta participarán solamente las dos fórmulas más votadas en la primera, resultando electa la que obtenga mayor número de votos afirmativos válidamente emitidos”.
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Esto quiere decir que, a diferencia de la instancia anterior, no es necesario sacar un porcentaje o una diferencia determinada. Para vencer, una fórmula solo necesita la mayoría de los votos, así sea por una diferencia de un solo sufragio.
Cómo se cuentan los votos en el balotaje y qué pasa con los que son en blanco
Tanto en el balotaje como en primera vuelta los porcentajes que obtiene cada candidato se calculan sobre el total de “votos afirmativos válidamente emitidos”. Esto es sobre los sufragios a cada candidato: no son considerados ni los blancos, ni los nulos, ni las inasistencias.
Por eso es un mito eso de que “el voto en blanco favorece al que más saca”. Lo único que genera su incremento es que se achique la base total sobre la que se calculan los porcentajes. Lo mismo pasa con los anulados o las abstenciones.