“Entramos en combate a las 4 o 5 de la mañana y estuvimos peleando hasta las 4 de la tarde, pero para mí pasó todo en un abrir y cerrar de ojos”. Así resumió Héctor Hugo uno de los momentos más duros que le tocó afrontar en su vida: el día en que cayó preso en manos del ejército inglés durante la guerra de Malvinas.
En diálogo con Telenoche contó las adversidades que tuvo que afrontar dentro y fuera de las islas. El excombatiente desembarcó el 23 de abril de 1982, justo durante su cumpleaños número 20. Era soldado del Regimiento 8 de infantería, compuesto por otros 36 soldados.
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Días más tarde se desató el enfrentamiento contra las fuerzas británicas. Los invasores se les acercaron desde San Carlos. “El primero en caer fue Allende, que era el primer tirador. El segundo era Alegría y el tercero era yo”, recordó.
“Nos entraron a envolver y me gritaban: ‘Cuidado por la izquierda que te están rodeando’, pero yo no sentía un carajo. Caían bombas y granadas”, agregó. “Tiraron un misil que no dio, después otro y tampoco. Pero al tercero lo vi clarito, venía derecho”, completó.
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Héctor quedó enterrado y lo próximo que vio fue un par de botas. Los ingleses lo capturaron, le realizaron las primeras curaciones y lo convirtieron en prisionero de guerra.
Otros sufrieron un destino más atroz: “Vi morir a dos compañeros esa noche. Uno estaba apoyado en mis piernas”, dijo conmocionado.
Sus captores lo trasladaron hasta Montevideo, donde participó del primer intercambio de presos entre ambos países y recuperó su libertad. “Ahí estaba mi regimiento, pensaban que yo estaba muerto. Fuimos a darnos un abrazo, fue muy lindo”, detalló con los ojos llenos de lágrimas.
La dificultades al volver
Al ser consultado sobre su vuelta a la Argentina, el excombatiente indicó: “Las únicas personas que saben realmente lo que viví son mi señora y mis dos hijas. Los demás creían ver a la persona que se fue pero la que volvió no era la misma”.
Durante un tiempo Héctor cayó en el juego; padeció ludopatía y no podía parar de apostar. Dijo que necesitaba esa “adrenalina” en su día a día.
Con el tiempo lo superó, pero aún hoy sufre estrés postraumático. “No puedo tener nada sobre mis piernas, porque ahí estaba apoyado mi compañero cuando murió. Si me agarrás lo más factible es que termines arriba del techo”, describió.
Aún así, se siente agradecido de la vida que lleva. “Me siento en paz, porque ayudé mucho”, reflexionó. Y cerró: “Hoy digo que las Malvinas son Argentinas y punto, porque son argentinas. ¿Están los ingleses? Y bueno, una circunstancia. Qué vas a hacer…”.