Jorgelina entendió que la “patria” puede ser también la tierra de los hijos. Necesitó vender todo y emprender una locura, que si la pensaba dos veces no la hacía. Manejar los más de 7 mil kilómetros que separan Córdoba (Argentina) del estado de Carabobo al norte de Venezuela. Llegar al país más austral del planeta partiendo desde el extremo norte de Sudamérica. Acá su marido llevaba tres meses de migrante trabajando de lo que podía.
Jorgelina vendió todo lo que tenía su casa de familia clase media: Heladera, camas, muebles, televisor, radio, ropa y lavarropas y por todo solo consiguió 100 dólares. Con la escasa documentación que poseía emprendió la locura: manejar 16 días para llegar a los brazos de su marido. Esa forma de patria que tienen los brazos de la familia. 16 días cruzando todo el Brasil de norte a sur. “Para mí no es una imprudente; para mí es una amazona, una luchadora”, dice Chicho, el marido.
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Acá trabaja de lo que puede y ya estando en Brasil, Jorgelina entendió el contraste de su realidad en una estación de servicio. Pararon a reponer combustible y mientras el resto de los niños brasileros se encaprichaban con los juguetes del kiosco, sus hijos no salían del simple asombro de ver la variedad de golosinas. Hoy tienen trabajos que no corresponden a su preparación académica pero están mejor y sienten que valió la pena. Aunque la pena está en perderlo todo y empezar de cero.
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Así como Jorgelina manejó 16 días para llegar en auto, Johana hizo punta sola. El domingo pasado en Venezuela fue el día de la madre. A los pocos días del día de la madre del año pasado, Johana, otra venezolana de la estepa, emprendió sola la odisea. Vino con un trabajo prometido que le llevó más de 12 horas diarias de labor, con la esperanza de tramitar el pasaporte de su hijo de 8 años. En Venezuela los menores de 9 años no tienen DNI y deben tramitar un pasaporte especial que supera los 500 dólares. Es lo que ganarían Johana o Jorgelina en más de 8 años. En ambos casos sus ingresos mensuales en Venezuela no superaban los 4 (cuatro) dólares mensuales. Johana ya pagó dos veces el trámite y se lo siguen negando. La plata que logró ahorrar y enviar en un año de trabajo se la comió la burocracia y sus trampas. Hoy está en la trampa de ver a su hijo por video llamadas y ver cómo su salud se deteriora por los avances del síndrome de Asperger. Johana también cree que la patria puede ser la tierra de los hijos y no la de los padres. El drama de Johana es que está atrapada en un limbo que se llama destierro, en un departamento en la Caseros junto a 10 venezolanos que pasan frío porque no conocen abrigo y que al igual que ella se vinieron con lo puesto.
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