Nora Dalmasso fue asesinada la madrugada del 26 de noviembre de 2006. Aunque la matamos muchas veces más durante mucho tiempo. Más de 15 años después, el caso llega a la instancia final en la Justicia. Justicia que fracasó en encontrar a su asesino. Hoy, para el Código Penal, el asesino material de su muerte puede andar suelto por la vida. El que llega al banquillo de los acusados es el viudo, pero como instigador. Alguien que contrató a alguien para asesinar a su esposa.
Pero vamos a lo que se sabía a fines de 2006 en Río Cuarto. Lo que se sabe, o lo que confundía en aquel momento. El 25 de noviembre fue sábado. Nora vivía con su familia en una casa de un barrio semi cerrado de Río Cuarto. Por eso, el lunes siguiente se conoció la noticia como el crimen del country. Vivía con su marido, su hijo y su hija. Ese fin de semana ella estaba sola. El hijo estaba en Córdoba estudiando su carrera universitaria, la hija estaba en Estados Unidos de intercambio y el marido estaba jugando un torneo de golf en Punta del Este.
Nora vivió un sábado super activo, visitó a la madre, fue a una exposición de la cuñada, a la noche se juntó a cenar en un bar con sus amigas y después siguieron la sobremesa en la casa de una de ellas en el mismo barrio. Era una noche con nubarrones en esos días pesados de la primavera. La tormenta pasó a la madrugada. Al día siguiente, Nora no le atendía el teléfono a la madre y ella pidió a un vecino de confianza que tenía llave que se asome a ver.
La encontró muerta en la cama de su hija. Estaba desnuda boca arriba con una bata de baño a los pies y el lazo de la bata rodeando su cuello con un doble nudo. Cuando la policía llegó, creyeron que se trataba de un suicidio. Eso explica, o puede explicar pero no justificar, el sin número de torpezas que embarraron la escena del crimen y lograron una de las peores y más bochornosas investigaciones de la justicia cordobesa. Para cuando llegó la secretaria del fiscal, la escena fue manipulada por más de 20 personas, hasta el cura había tapado el cuerpo con una sábana por pudor.
Tres días después, Rio Cuarto fue ocupando las habitaciones de sus hoteles con enviados especiales que llegaban de Buenos Aires. Periodistas de todas partes. El caso conmovió al país y la cara de Nora estaba en todos los canales, las páginas de los diarios y los incipientes portales web de los medios nacionales. Los condimentos eran un cocktail novelesco para el público. Una mujer de clase alta, radiante y reconocida, aparece muerta desnuda una noche que estaba sin el marido. Los principales giros de culebrón tenían un guión en la propia investigación malograda.
+ MIRÁ MÁS: Todo lo publicado sobre el crimen de Nora Dalmasso
Javier di Santo, el fiscal, aparecía en todos los noticieros del país. Dicen muchos periodistas que cubrieron el caso que el propio fiscal iba soltando datos off de record que armaron la segunda muerte de Nora. Todo se dijo de su vida privada. Que vivió una noche de sexo violento. Que tenía muchos amantes. Que compartían juegos sexuales y desafíos amatorios con sus amigas de la hight society. Y que todo Río Cuarto lo sabía. Fue tal la presión mediática que en sus primeras palabras a los medios, el viudo dijo que la perdonaba por sus últimos días de vida licenciosa.
+ VIDEO: ¿Quién mató a Nora Dalmasso? Empieza el juicio a 15 años del crimen
Antes que sigas sumando indignación, enmarquemos un contexto: en 2006, la figura legal del femicidio no estaba incorporada en el Código Penal y, en cualquier medio informativo, el asesinato de una mujer en esas circunstancias figuraba como “crimen pasional” o “asunto de polleras”. Faltaban unos años para las primeras marchas del Ni Una Menos. Pero Nora no era una más. Era la esposa de un reconocido médico de Río Cuarto y se empezó a ver que los vínculos sociales de los Macarrón llegaban a lo más alto del poder político de la provincia de Córdoba.
El primer imputado del crimen fue un funcionario provincial. Rafael Magnasco, era asesor letrado del Ministerio de Seguridad. Hombre de confianza del círculo íntimo del gobernador De la Sota. Lo vincularon como uno de los amantes, pero rápidamente pudo zafar de la acusación con una de las pruebas materiales de la escena. El líquido seminal en el cuerpo de Nora podía ser de un hombre estéril y con una contraprueba presentada, Magnasco salió de la mira del fiscal. Además, su coartada era sólida, la noche del sábado compartió una cena con nombres muy importantes vinculados a la elite política de Río Cuarto. Estaba demasiado borracho como para ir así, mantener sexo violento y matar a una mujer que tampoco conocía.
Pero no fue el único en presentar una prueba de inocencia, hasta el propio fiscal y una decena de hombres presentaron puebas de ADN porque la escena estaba viciada de arranque. Muchos habían toqueteado el cuarto y el cuerpo de Nora después de encontrarla. Todos bajo la estúpida idea primigenia de que una mujer se había ahorcado sola en la cama con el cinto de la bata.
La causa mecánica de la muerte fue por asfixia y estrangulamiento. El asesino mantuvo sexo con ella. No forzó ninguna puerta para entrar y la mató mientras apretaba su cuello cubierto con el cinto de la bata y le tapaba la boca con la mano.
Ahí el fiscal, que seguía dando conferencias de prensa a los periodistas que montaban guardia todo el día en los tribunales, giró por la violación. El cuerpo de Nora seguía hablando. Sus lesiones internas llevaban a dos hipótesis: sexo consentido pero violento o una violación seguida de muerte. Entonces el fiscal volvió sobre un dato inquietante de la escena, por qué Nora apareció en la cama de su hija. La casa estaba en refacciones y esas noches, Nora usaba la cama de su hija que estaba estudiando en Nueva York.
Fue ahí cuando la novela tomó otro giro. Si el asesino de Nora antes era un amante de ese entorno de clase alta donde las mujeres se compartían maridos y contertulios, ahora podía ser un pobre albañil que, resentido y deseoso, violó y mató a la patrona. La forma en la que llegó el nombre de Gastón Zárate a la causa parece un chiste. Cuando le preguntaron a una mujer que trabajaba en la casa Macarrón por los albañiles, ella reparó en uno que subía a pintar la planta alta trepando como los monos. A Gastón Zárate se lo conoció como el Perejil.
Este hombre generó la única marcha por justicia que sacudió Río Cuarto en el caso Dalmasso. La sociedad, indignada por los desaciertos del fiscal, tomó la imputación como una burla. Estuvo un tiempo detenido hasta que el juez de control lo liberó. Se supo que un conocido de Zárate con algún retraso madurativo fue apretado por policías para contar que el perejil se la contaba, que dijo en un asado que él había matado a Nora.
Era tan obsceno todo, que hasta aparecieron remeras vendidas en Internet con la inscripción "Yo no estuve con Nora".
La imputación del pintor, la marcha del perejilazo, y la vergüenza nacional que generaban los pasos errantes de la investigación tuvieron otro golpe para el gobierno de la provincia. Hasta el propio gobernador salió a despegarse de los pasos de la Justicia de su provincia. En una conferencia de prensa, De la Sota reconoció que a él mismo no le cerraba la imputación del perejil.
El hombre que estuvo detrás de la captura del pintor fue el policía estrella de Córdoba. Rafael Sosa había llegado a Río Cuarto con la chapa de ser el cazador del violador serial Marcelo Sajen. Era el detective con mayúsculas. Al poco tiempo se supo que mientras investigaba el crimen de Nora, él y sus hombres de homicidios, se alojaban en hoteles de categoría de Río Cuarto con estadía paga por el socio del viudo, Marcelo Macarrón. Hasta el jefe de policía de ese entonces, salió a respaldar su labor intachable. Sosa y otros policías, años después fueron condenados en la causa narcoescándalo por sus actividades en el imperio de Río Cuarto. El perejilazo se llevó puesta la cúpula policial y al jefe de los fiscales de la provincia.
El imperio de las dudas y la gota de muestra
Si algo le faltaba al caso más escandaloso e impune de la historia de Córdoba eran las agencias de inteligencia. Hasta la SIDE y el FBI estuvieron en la investigación del crimen de Nora. Hubo escuchas telefónicas y espías que entran y salen del expediente. Las muestras rescatadas en la escena parecían insuficientes para determinar un ADN del asesino. Para la mayoría de los forenses y peritos, la persona que mantuvo sexo con Nora antes de morir es la misma que la mató. La aclaración parece obvia, pero nada es evidente en una escena contaminada de arranque. En esa contrastación de pruebas, el fiscal manda al Ceprocor todas las muestras de los hombres que contaminaron la escena la triste mañana del domingo 26 cuando la encontraron a Nora.
Entre esa decena de ADN estaban, la del propio fiscal Di Santo, el vecino que la encontró, el suegro de Nora y hasta el cura que la tapó en medio señales de la cruz. La respuesta del Ceprocor llevó al siguiente paso del escándalo. Entre esos hombres contaminantes había uno que tenía coincidencias genéticas con las muestras encontradas en el cuerpo y el cinto de la bata. Era un Macarrón. Ahí el fiscal empieza a buscar entre los Macarrón que esa noche estaban en Río Cuarto, primos del viudo y el padre del viudo. Por una particularidad técnica del ADN, la lupa se concentra en tres hombres: el suegro de Nora, el marido y el hijo.
Félix Macarrón, el suegro, un hombre mayor tenía como coartada el testimonio de su esposa que dijo que estuvo toda la noche en la casa. Marcelo Macarrón, el esposo de Nora, estaba en Punta del Este en un torneo de golf. Por cercanía, el fiscal fue detrás del hijo. Facundo Macarrón dijo que esa noche estuvo en Córdoba en una celebración del Rotary Club. Como había pasado demasiado tiempo, no había pruebas que pudieran determinar que Facundo había cruzado los peajes para recorrer los 200 kilómetros que separan a Córdoba de Río Cuarto. Lo perverso de la acusación fue difícil de digerir no solo para la opinión pública sino además para el propio hijo de la víctima. Javier di Santo mantuvo la acusación por más de cinco años con el hijo de Nora.
En el caso fueron pasando todos los fiscales de Río Cuarto. El entorno de Nora volvía a demostrar las vergüenzas del sistema: así como había aprietes de policías para albañiles, había por contrapartida un trato con algodones a las personas acomodadas del entorno. A unos los llevaban a la comisaría de una, a los otros iban y los entrevistaban puertas adentro del country, lejos de las cámaras.
Cuando el hijo, Facundo Macarrón es acusado de violar y matar a su mamá, el propio Macarrón padre pone la cabeza. Se sabía que el semen y los rastros de piel eran de ese linaje. Pero no eran del hijo sino del marido. Un nuevo fiscal toma el caso y se aferra a esa defensa como acusación. Viaja a Uruguay para entender si pudo el viudo cenar en Punta del Este, viajar en un vuelo clandestino, aterrizar en alguna pista fantasma de Río Cuarto, ir hasta su casa, mantener sexo con su mujer, matarla, volver al avión en medio de la tormenta, volar a Punta del Este y amanecer lo más campante y tranquilo para ganar un torneo de golf. Porque si le faltaba un dato más: el día que perdió a su esposa, Macarrón ganó el torneo del golf. Para hacer eso, según los peritos, necesitaba no menos de seis horas limpias y una red de impunidad suficiente: autos, choferes, piloto, una pista y un pacto de silencio que no se rompa en 10 años con toda la atención puesta en el caso.
Cuando Marcelo Macarrón intenta sacarle el lazo de la imputación a su hijo, reconoce que antes de ir a Uruguay había tenido relaciones sexuales con su mujer y por eso muestras genéticas de él aparecían. Hasta se investigó si era posible que las muestras hayan aparecido, lavarropas mediante, en la bata que usó Nora. La contaminación doméstica ni se comprobó ni se descartó.
Sobre el filo de la prescripción del caso por el paso del tiempo, un nuevo fiscal, el que ahora llega al juicio remonta una nueva imputación. Marcelo Macarrón no la mató, pero sí la mandó a matar. Mientras él estaba en Punta del Este, un sicario o varios, posiblemente colombianos, fueron hasta el country y la mataron y dejaron una escena sexual armada para zafar en juego sexual violento. No se sabe quiénes son, cómo los contactó, cuánto les pagó y dónde fueron a parar. Es tan extraña la acusación que la única certeza que es la prueba genética del semen está desestimada. En ese escenario, atribuyendo un hartazgo que no soporta más, Marcelo Macarrón no apela y decide sentarse ante un juicio. Como la imputación entiende que él pagó para que la maten, al ser un asesinato agravado va enfrentarse a un jurado popular.
El fiscal entiende que Macarrón necesitaba matarla por algunos asuntos turbios que Nora sabía y podía usar en su contra y la de sus socios. Para sostenerla se basa en dos testimonios, uno de una mujer que habría mantenido encuentros extramatrimoniales con Macarrón. Ella dijo alguna vez que él la reconoció como amante para sacarse el título de cornudo. Y por qué el fiscal cree que Macarrón le temía a Nora. Porque entiende que se iban a separar. La madre de Nora dijo haberla escuchado a Nora hablar de una separación en puerta un par de semanas antes del crimen.
Cuando las marchas del Ni Una Menos fueron ocupando las calles del país, recién después de las reformas que instituyeron la figura del femicidio, tímidamente fueron aparecieron algunas pancartas con el rostro de Nora y un pedido de justicia. Antes, solo hubo silencio y prejuicios sobre la vida de una mujer que fue asesinada. El grupo de amigas que conocía los últimos pasos de Nora jamás se manifestaron para reclamar la justicia que se merecía su amiga.
De la lista de amantes que se armaba en las hipótesis más descabelladas, solo uno se confirmó y también cayó imputado. Era un amigo de Macarrón y estaba con él en Punta del Este en aquel torneo. Fue de las últimas personas con la que Nora se mensajeó. Nora tenía dos celulares, uno lo usaba para esos mensajes secretos, era de los primeros teléfonos capaces de filmar y desapareció de la escena. El asesino solo se llevó eso, ni su billetera ni el Rolex que tenía en la muñeca.
Al repasar la historia del crimen de Nora, muchas cosas nos parecen que sucedieron en una era salvaje de un remoto pasado. Pero hace 15 años era posible que un canal de TV de Buenos Aires publique las fotos del cuerpo de Nora con la bata en su cuello y sus piernas abiertas. Era y aún posible que todos hablen de su vida íntima sin el mínimo respeto y vivamos en la costumbre de conjeturar bajo prejuicios y morbo.
El juicio será intenso y largo con más de 250 testigos, entre ellos, el actual ministro de Seguridad de la Provincia que estaba ese fin de semana en Punta del Este. La familia de Nora, su madre y su hermano intentarán develar los secretos guardados por la cual creen su hija fue asesinada. El viudo intentará demostrar, como lo hizo hasta ahora, que él se quedó a ganar un torneo de golf el fin de semana que perdía a su esposa. La sociedad de Río Cuarto y el país intentará entender lo que no entendió en 15 años: quién sí estuvo con Nora.