* Por Santiago Cattaneo
A Marisa la rescataron de un cajón de manzanas en el año 1971 cuando su madre biológica la abandonó en la ciudad de Chilecito, La Rioja. Una luz en su camino se cruzó para salvarle la vida: fue la monja Ines Rizzi, quien en ese momento se desempeñaba como directora del Hogar de Niños Sagrado Corazón de Jesús. Al cabo de unos años, decidió adoptarla de manera legal y otorgarle su apellido para su identidad definitiva.
Hoy la realidad es otra: la cuarentena por la pandemia de coronavirus le imposibilita tener un contacto estrecho con su madre de crianza, que pasa sus días en el geriátrico del convento “Hermanas Concepcionistas” de Córdoba Capital, donde la mujer decidió entregar su vida a la religión.
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“Ella está angustiada porque desde febrero no nos ve. Nosotros planteamos la posibilidad de verla a través de un vidrio, pero ella quiere hablar y darle los caramelos a sus nietos cuando pase la pandemia”, señaló Marisa, entre lágrimas a El Show del Lagarto.
Inés, que sufre de hemiplejía, transita sus días en una silla de ruedas y con dificultad auditiva para relacionarse con sus cinco nietos: Franco, Julio, Valentín, Antonella y Juan Ignacio. Ellos son el sostén de la mujer religiosa, quien este martes cumplió 93 años y tuvo un breve contacto a través de una videollamada, gestionada por la hermana Ivonne, otra integrante del convento.
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“Mis hijos lloran porque quieren verla y sacarle la angustia porque no sé si la vamos a volver a ver cuando termine esta pandemia. Desgraciadamente la gente se porta mal y nos termina perjudicando a quienes nos portamos bien”, resaltó.
La preocupación por la salud de Ines es el mayor miedo que tiene Marisa, quien desea volver a reencontrarse con la mujer que le salvó la vida cuando tenía unas pocas horas de vida.
+ Aquí la historia completa en El Show del Lagarto: