Un estudio del cual participaron investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba y otras instituciones y que se realizó en más de 5.200 hogares de Argentina, analizó muchos aspectos en la vida de una persona que hacen que se aumente o disminuya la probabilidad de perpetuarse en la pobreza.
Los resultados arrojaron que las condiciones de pobreza se reproducen entre generaciones, pero hay factores que son más predominantes: ser mujer eleva 65% las chances y tener un empleo informal 92%. Por ejemplo una afrodescendiente con un trabajo informal tiene muchas más chances de ser pobre que un varón con título universitario que vive en la región pampeana del país.
"El hogar en el que nacemos no tiene que ver con ningún logro, ni mérito, es al azar. La dinámica de la sociedad históricamente construida no te pone en el lugar que te mereces, si no en el lugar que la sociedad te condicionó para poder llegar a estar", señaló Gonzalo Assusa, sociólogo, doctor en Antropología e investigador del Conicet y profesor de la UNC, quien participó del proyecto de investigación, a Arriba Córdoba.
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Asussa explicó que las personas valoran distintas formas de mérito: "Sería muy difícil decir que los que más tienen y mejor viven es porque hacen más mérito o aportan más utilidad social".
Entonces la posición en la estructura social al nacer es la que más incide en la posibilidad de vivir en un hogar pobre. En otros términos, la clase social es el principal factor de desigualdad e impacta directamente sobre otras variables. Se incluyen aquí la clase obrera no calificada (34%) seguida por la calificada (27%), quienes conforman el segmento más asociado a la pobreza.
La desigualdad no solo es acumulativa, sino también interseccional. Asussa explicó que la clase social se cruza con otros factores que son determinantes de la pobreza, como el género y el origen étnico.
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Los datos del estudio reflejan que el efecto del género y del origen étnico en la reproducción de la pobreza se puede medir estadísticamente. Las mujeres tienen 65% más posibilidades de experimentar pobreza que los varones. Y la población que se autoreconoce de pueblos originarios y afrodescendiente tiene 170% más de chances de ser pobre en comparación con las personas de origen étnico europeo.
Ambas combinaciones acentúan las desventajas y muestran que, en determinados grupos sociales, operan mecanismos específicos de desigualdad, que se suman formando “capas solapadas”.
Cabe destacar también que la clase social y la etnicidad son los principales motivos de discriminación entre personas y también es frecuente la discriminación por motivos físicos; particularmente, sobrepeso y obesidad.
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Trabajo informal
Las personas que trabajan en el sector laboral informal son un 92% más propensos a vivir en la pobreza que quienes lo hacen de manera formal. A ello se suma la zona de residencia: la población que habita principalmente en el conurbano bonaerense, Cuyo, NOA, y sobre todo, el NEA, se asocia más a la pobreza. La contracara son quienes viven en la región patagónica, centro y pampeana del país, evidenciando un desarrollo desigual en el país.
Tener título universitario
Al igual que las desventajas, también las ventajas de clase se acumulan en el tiempo y hacen que una posición favorable en la escala social se vuelva un recurso para aumentar los beneficios de la propia clase en el futuro.
El barrio de socialización en la adolescencia, los vínculos y lazos sociales, o el nivel de educación recibida, por ejemplo, son recursos que aseguran ventajas acumuladas a determinados segmentos de la población. En este caso, según Assusa, es muy atípico que quienes nacen en hogares económicamente muy privilegiados retrocedan posiciones en la estructura social, mientras un sector tiene atada una piedra en el tobillo, "otro cuenta siempre con paracaídas”.
En Argentina persisten factores que favorecen la movilidad social ascendente. Tener un título universitario, por ejemplo, disminuye un 73% las chances de vivir en un hogar pobre. La mayoría de quienes nacieron en hogares de clase alta terminaron el secundario (90%) y en menor medida la universidad (47%), mientras que son muchas menos las personas de clase baja que alcanzaron ese nivel de educación (41% y 11% respectivamente).
Algunas de las conclusiones que aporta el estudio dan cuenta de la feminización de la pobreza, es decir, el hecho de que en todo el mundo la pobreza afecta con más fuerza a las mujeres. Según la ONU, siete de cada 10 personas pobres en el mundo son mujeres, ellas tienen más probabilidades de trabajar en el sector de empleo informal que los varones (54% en América Latina), ganan menos que los hombres (entre el 40 y el 25% menos), tienen mayormente empleos vulnerables, de baja remuneración o subvalorados, y están más afectadas por la desocupación. Además, el origen étnico y el género interactúan para acentuar las diferencias salariales, particularmente entre las mujeres que integran algún tipo de minoría.
Aunque desde hace unos años Argentina mide la pobreza en términos de género, esto no implica que se tomen medidas que incluyan esa perspectiva.