“El día después es cuando realmente comienza el problema”, comentó Leonilde cuando llegamos a su casa ubicada a pocos kilómetros de La Falda en La Pampa de Olaen, uno de los lugares más afectados por el fuego.
El camino hacia ese lugar fue desolador. La tristeza reinaba en el lugar. Hasta donde llegaba la mirada se podía apreciar los miles de hectáreas de monte nativo que quedaron totalmente carbonizadas y que llevarán décadas recuperar. Los árboles y arbustos que quedaron en pie soportaban estoicos los fuertes vientos y la ceniza que volaba por doquier.
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La gente del lugar recorría sus campos y la de sus vecinos en busca de sus animales que caminaban perdidos sin limitaciones por la ausencia absoluta de alambrados. El fuego se había llevado todo.
Sin pasturas, ni agua, los animales se siguen muriendo. Los productores se ven obligados a comprar alimento para que puedan sobrevivir y, además, deben enfrentar los costos de la reconstrucción de los campos. “Lo primero que hay que hacer es alambrar, pero también hay que darles de comer a los animales”, decía César Sánchez, uno de los integrantes de las familias rurales afectadas.
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Aquellos con mayores posibilidades ya comenzaron a levantar alambrados, pero en La Pampa de Olaen hay mucho campo alquilado. Los arrendatarios se encuentran, ante la disyuntiva. “O pagamos el alquiler, o pagamos los alambres, o le damos de comer a los animales. Si no nos ayudan, no podemos con todo”, fue el reclamo generalizado.
Pero la problemática después que se apaga el fuego, aún es más compleja. Los animales están flacos, sin pasturas es difícil que lleguen a los pesos adecuados de venta y los ingresos de los dueños se verán aún más reducidos. “No hay un animal para vender. Están flacos, nadie los quiere, no hay compradores para ellos, y si nos compran, nos van a dar dos monedas”, insistió Leonilde planteando hasta la chance de dejar las tierras que con tanto esfuerzo trabajaron en el caso de no poder encontrar una solución.
La voluntad de cumplir con las obligaciones pactadas por parte de las familias rurales está. Ellos piden prórrogas y tiempo, no perdones y eso es digno de destacar.
La respuesta es generalizada cuando le consultamos qué piensan sobre la opinión de algunas personas de la ciudad que opinan que la gente de campo son los que inician los incendios rurales, y la respuesta fue unánime: “La gente de campo no. Hay que ser muy tonto para hacerlo con la sequía que hay. Somos los principales en saber los riesgos que existen y las pérdidas que pueden haber”.
La incertidumbre se palpa en el ambiente, el estrés de enfrentar el fuego aún deja sus huellas en las familias rurales y animales. La situación es complicada para todos. De todas maneras, el espíritu de la gente de campo aflora cuando sale el sol cada mañana, y con esfuerzo, dedicación y sacrificio, intentarán salir adelante, como siempre lo han hecho.