Erguidos como valientes guerreros caminan sus últimos pasos antes de enfrentarse a la inmensidad del océano. En ese pequeño pelotón de 15 está valiente Pijuí, el pingüino de Magallanes que por esas cosas de la vida pasó derecho desde las costas de Miramar, en el sur de la provincia de Buenos Aires, a Santa Rosa de Calamuchita, en las sierras de Córdoba.
Zulma Lucero, la dueña de casa, quiso justificar su buena intención de ayudarlo cuando según su relato, lo encontró malherido en la playa, lo cargó en el baúl del auto y se lo trajo.
Contra toda lógica, adoptó como mascota a un animal silvestre (acción prohibida por ley) y lo sacó a pasear con un collar como si fuera un perro, lo llevó al río, con la torpeza de empapar sus glándulas para agua salada con agua dulce, y hasta convivió con los demás animales de la mujer, desafiando al peligro. Así las cosas, la Policía Ambiental alertada por una vecina no dudó en secuestrarlo y sacarlo de esa vivienda.
Zulma dijo que llegó a vender una play para alimentarlo, pero aunque su intención fuera buena, hizo todo al revés. Después de la atención primaria en el Zoo de Córdoba, lo trasladaron para su rehabilitación a la Fundación Mundo Marino. Allí pasó los últimos dos meses antes de volver a su casa natural: el Océano Atlántico.
Mientras el veterinario va chequeando que funcionen los chips del tamaño de un grano de arroz, insertados en sus lomos, las fugaces vacaciones de Pijuí en tierra mediterránea quedarán en el recuerdo de lo insólito. Por supuesto, la noticia desató los más desopilantes titulares a nivel país, pero ahora el final del viaje está cerca y empieza la acción.
El proceso se cumplió y nuestro amigo se dirige al mar. Se abre el kenel o jaula y respira su hábitat. Tal vez si pudiera, en su idioma le contará a sus pares la extraña travesía.
Es tiempo de partir y porque el mundo es redondo, lo que hoy parece un final, bien podría ser un comienzo. Fuiste protagonista involuntario de la historia del verano. Te esperamos cuando quieras “Valiente Pijuí”.
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