La seño Yiyí era maestra. Un día se jubiló y, sin darse cuenta, se armó un jardín lleno de niños de lana y trapo. Esa es toda la historia. Así de simple y así de enorme.
En su jardín comprendió la verdadera conexión que existe entre un niño y un muñeco de lana. Charlar con ella es entrar a un cuento de fantasías.
Me contó de la temperatura que le dan los niños y con ellos la vida que toman. Que se ensucian y se lavan y que sus dueñas y dueños, sin querer, también hacen lo mismo. Se ensucian y se lavan.
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Y que no son adornos. Son juguetes. Que lo último que les pone son los ojos y la boca. Y ellos le dicen en secreto su nombre. Y que es boca no sonrisa porque si es risa o si es llanto eso lo dirán los niños.
Verla tejer sueños que se irán a jugar es mágico, tan mágico como sus ganas de hacer lo que hace. VIDEO: