Lo que no es incierto es que hemos vuelto a desaprovechar la posibilidad de aprender de un debate democrático, tolerante y plural para caer una vez más en la telaraña de los dogmas y hasta del fanatismo.
Es cierto que los diputados y senadores que escucharon atentamente las cientos de ponencias que hubo en los debates pudieron recoger nuevas ideas o datos que desconocían, pero con los ciudadanos no pasó lo mismo.
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No aprendimos que alguien dijo que la biología distingue la vida pero que la vida humana es cosa de la cultura y la ley y por lo tanto la determinación de su inicio es arbitraria. No aprendimos tampoco, que otros biólogos entienden que hay vida humana desde que se compone el genoma típicamente humano y eso ocurre en la concepción. No aprendimos que en los países que aprobaron el aborto prácticamente se erradicaron las muertes maternales por abortos antisépticos y tampoco que en esos mismos países ya no nacen chicos con síndrome de Down porque sus mamás deciden abortarlos cuando se enteran.
No aprendimos de la riqueza del debate, de incorporar conceptos, datos e ideas nuevas que nos obliguen a pensar.
Es decir, no aprendimos de la riqueza del debate, de incorporar conceptos, datos e ideas nuevas que nos obliguen a pensar e, incluso, hasta a cambiar de opinión de ser necesario.
Sí aprendimos, y muy bien, que los antiabortistas usan pañuelo celeste y los otros verde. Que para los partidarios del aborto legal los de pañuelo celeste son retrógrados y para los éstos, los de pañuelo verde son asesinos.
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Aprendimos todos estos lances de la intolerancia. Que muchas actrices borren de sus redes sociales a los que rechazan el aborto, que los obispos consideren que es dictadura que el parlamento apruebe una ley que no les gusta, que una maestra de una escuela primaria adoctrine a los chicos con el color verde, que una madre celeste queme el pañuelo de su hija que piensa distinto.
Eso aprendimos. Más técnicas para enfrentarnos, para trazar una línea gruesa entre amigos y enemigos. Más recursos para ignorar la complejidad de las cosas. Como lo ha escrito Milan Kundera: El hombre desea un mundo en el cual sea posible distinguir con claridad el bien del mal porque en él existe el deseo, innato e indomable, de juzgar antes que de comprender.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.