El diálogo se dio cerca de La Falda, donde empieza la Pampa de Olaen; y arrancó así:
—Sebastián, ¿a qué te dedicás?
—Me dedico a vivir la vida.
Le siguieron los mates, las risas y los caballos que nos vuelteaban en medio del corral. La charla terminó, antes de la despedida, con otra expresión que te deja pensando.
—A veces, uno piensa que hacer plata quiere decir que te está yendo bien. Pero me di cuenta que no estaba viviendo la vida. Y decidí vivirla.
—Pero ahora te levantás a las cuatro de la mañana a ensillar más de 20 caballos. ¿Te gusta lo que hacés?
—Claro, amo lo que hago.
El que habla es Sebastián Herrero, tiene 40 y largos y deja la posibilidad de calcularle la edad detrás de una larga barba descuidada. Parece un gaucho salido de un cuadro de Molina Campos pero su estampa campera nada tiene que ver con sus fotos de diez años atrás. De traje y en reuniones de negocios no parece el tipo que es hoy en Quinceana, su pago chico en las sierras.
+ MIRÁ MÁS: La historia de Diego Dangelo, el amansador de caballos
Su empresa, dedicada a la seguridad y los sistemas tecnológicos para desarrollar alarmas, estaba en pleno auge cuando se dio cuenta, de vacaciones en la playa, que estaba mandando un mail o preguntando por un cheque desde una reposera. “Llevaba una vida muy loca, y la única salida de escape que tenía era irme un rato los fines de semana a andar a caballo a las sierras. Me escapaba literalmente, me piraba para hacer lo que tenía ganas de hacer”.
Sebastián no nació en el campo. Se crió en un barrio de la ciudad de Córdoba, cercano al Río Suquía, y uno que otro vecino tenía uno que otro caballo. Fue un amigo de la familia el que le regaló al pequeño Sebastián un potrillo. Y el chico inquieto le fue quitando las cosquillas hasta que un día logró montarlo. Con grandes destrezas como domador en medio una familia de gente de negocios, llegó el reto con las malas notas: “Ponete a estudiar o vos creés que los caballos te van a dar de comer”. Y ahí empezó Sebastián a vivir la vida de aquel entonces: estudiar, trabajar, hacer plata, trabajar; y así.
El día que comprendió que tenía más ganas de estar donde quería estar que donde estaba, lo consultó con su esposa. Carolina es psicóloga y trabajaba en un consultorio del Cerro de las Rosas. De todas las locuras de Sebastián, la idea de vender todo para irse a vivir juntos al campo con una hijita de poco más de 10 años, era de las menos descabelladas. Y ahí cambiaron la vida de locos por la locura de vivir.
+ MIRÁ MÁS: ¿Cambiarías tu vida de locos? La aventura de una familia argentina
Así arrancaron su nueva vida. Carolina hace sus sesiones en medio de los caballos y gente de todo el país la visita para consultarla en su nuevo consultorio que en vez de diván tiene unos aperos. Y Sebastián cambió los contratos con empresas para asegurar fábricas y los sistemas de seguridad por los potreros y los cerros. Hoy se dedica a organizar cabalgatas por las sierras para gente que se escapa un rato de la vida de ciudad para encontrarse en la inmensidad de la Pampa de Olaen. Turistas europeos, porteños que le escapan a la city, rosarinos, cordobeses; de todos lados vienen a vivir un rato la vida que Sebastián y su familia eligieron para siempre.
—Y cuando ves fotos de aquella época, ¿qué ves?
—Veo un tipo que no estaba viviendo la vida que quería vivir. De traje, preocupado por todo, a mil, exitoso. Y eso no es lo importante.
—Y los caballos ¿se fijan en el traje?
—No, a los caballos no les importa el traje, les importa lo que viene adentro. La clase de persona que sos.
—¿Y hoy sos la persona que querés ser?
—Sí, por eso te decía que me dedico a vivir la vida.
+ VIDEO: el nuevo informe de Gente con Ganas