El pronóstico no era alentador, todos coincidían en que las secuelas eran irreversibles. Si despertaba, posiblemente no iba a poder hablar y mucho menos caminar. Pero Teresa Grossi rompió todos los libretos médicos.
El 26 de julio la titiritera junto a una amiga sufrieron un violento robo en la Isla de San Andrés (Colombia). Un golpe en la cabeza la dejó en coma durante más de dos semanas.
Despertó después de 16 días inconsciente, pero había perdido el habla y también la movilidad de una de sus piernas. “La recuperación puede tardar años”, dijo su compañera de viaje en una entrevista, mientras repetía “creo en los milagros, se va a recuperar”.
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Esa muestra de fe y las energías son las que según Teresa “le salvaron la vida”. En agosto y desafiando una vez más a la ciencia, la titiritera volvió a la Argentina. Fue sometida a una nueva cirugía y para ese entonces, tanto el habla como su movilidad, habían vuelto a la normalidad.
Teresa regresó a su hogar cinco meses más tarde de haber empezado aquella loca aventura junto a Susana.
Y ahí en una maleta vieja, juntando un poco de tierra, pero fieles a su mentora, la esperaban María Florencia y Juan Francisco, sus títeres, que ajenos a lo ocurrido solo esperan que la luz del teatrino se vuelvan a encender.
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