En mayo de 2011, las autoridades chilenas detectaron movimientos sísmicos anormales derivados de la actividad del sistema volcánico Caulle-Puyehue, ubicado a pocos kilómetros de la frontera con la Argentina. La alerta fue creciendo con los días y el 3 de junio se señaló que la erupción era inminente. Se hicieron algunas evacuaciones preventivas en los pueblos de los alrededores y finalmente, el 4 de junio, se produjo el estallido. Con una fuerza equivalente a la de 60 bombas atómicas, lanzó al aire 100 millones de toneladas de arena, ceniza y piedras volcánicas. La columna de la erupción alcanzó rápidamente los 10 km de alto y cruzó los Andes.
No hubo gases tóxicos en cantidades peligrosas para los habitantes de la región, pero los sólidos se volcaron masivamente sobre nuestro país, por los vientos predominantes en la zona.
En apenas unos minutos empezó la descarga de material en Villa La Angostura y solo 45 minutos después llegó a San Carlos de Bariloche. El aire se volvió denso y oscuro. Todo quedó cubierto por una capa gris que fue engordando con el paso de las horas. En toda la región hubo un desesperado esfuerzo para que el peso de esa lluvia seca no derrumbara techos, cables y dañara instalaciones. Sin embargo, se taparon las tomas de agua, cayeron tendidos eléctricos y se desplomaron algunas construcciones. Como siempre ocurre en este tipo de ocasiones está quien se aprovecha de la desesperación: mientras algunos comerciantes ayudaban a los vecinos, otros multiplicaban el precio del agua mineral.
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Aunque no murió nadie, de ningún lado de la cordillera, los daños económicos fueron extensos y duraderos. El aeropuerto de Bariloche estuvo cerrado durante 6 meses porque las cenizas no terminaban de asentarse y el viento las movía una y otra vez y eran peligrosas para los aviones. La temporada invernal, que prometía una invasión de brasileños, quedo en la nada, con las ciudades turísticas casi aisladas y desiertas. En la estepa, en tanto, hubo mortandad de ovejas y cabras, que se quedaron sin alimento o sufrieron enfermedades derivadas de comer con cenizas. El impacto también lo sufrió la fauna autóctona.
Las cenizas también llegaron a Córdoba pocos días después para recordarnos lo que estaba pasando a 1.500 kilómetros al sudoeste. Y hasta dieron la vuelta al mundo. Obligaron a suspender vuelos algunos días en Sudáfrica y hasta en Australia y Nueva Zelanda.
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A diez años de aquel episodio, todavía hoy existen pequeños ganaderos que no lograron recuperarse del impacto que tuvieron en ese momento por la pérdida de gran parte de sus rodeos. En sentido contrario, algunos estudios científicos dicen que, después del tremendo impacto inicial, la ceniza puede haber sido algo beneficiosa para los suelos.
Por otra parte, hubo algunos aprendizajes. Después de lo ocurrido, ahora en la Argentina se trabaja en forma coordinada con Chile en el control de volcanes, el Servicio Meteorológico puede seguir en tiempo real la pluma de un volcán en erupción y se creó un sistema nacional de gestión de riesgos que es primordial para este tipo de crisis.
Con esfuerzo, Angostura y Bariloche lograron levantarse y volvieron a ser aquel paraíso perdido. Ahora el desafío es invisible: tienen otra vez en jaque sus temporadas invernales, esta vez por el virus y las restricciones.
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