A mediados de enero de 1969 un cronista entrevistó a Jorge Luis Borges en el aeropuerto de Ezeiza. Estaba por embarcarse en una visita invernal a Israel, su primer viaja a esas tierras. Había sido invitado por ese Estado y por Ben Gurión, uno de los fundadores del país y exprimer ministro en dos oportunidades. El exmandatario sostuvo una relación amistosa con el argentino que empezó a la distancia, por correspondencia.
El escritor estuvo diez días en aquel país, visitó Jerusalén y también Tel Aviv, se emocionó y a su regreso sintió que había estado “en la más antigua y la más joven de las naciones, de haber venido de una tierra viva, alerta, a un rincón medio dormido del mundo”.
En realidad Borges, aunque se declaraba agnóstico, tenía un viejo interés por la religión y particularmente por la cultura judía. Eso se percibe en distintos momentos de su obra literaria.
A su entender, toda la cultura occidental abreva en las de Grecia e Israel. En cierto momento señaló que “todos nosotros, a pesar de las muchas aventuras de la sangre, somos griegos y judíos”.
+ MIRÁ MÁS: Todos los Tesoros del Archivo de El Doce
El interés era multicausal: también tenía algún presunto antepasado judío por parte de su madre (los Acevedo tendrían orígen judío sefaradí) y le atraían las cuestiones religiosas de distintos credos, el misticismo y la kábalah. Él mismo creía -y María Kodama lo confirmaba- que la intensa lectura de la biblia que había hecho su abuela inglesa (protestante) cuando era muy pequeño le había dejado una huella profunda.
Además, era un gran conocedor de la obra de distintos intelectuales de ese origen. Entre ellos Baruch Spinoza, un filósofo de origen sefaradí (holandés, del siglo XVIII) de gran trascendencia.
Pocos meses después del viaje de Borges, Ben Gurión, que era un político culto y políglota, le devolvió la gentileza y viajó por única vez a la Argentina para brindar una conferencia sobre Spinoza en Buenos Aires.
Cuando Borges retornó de su primer viaje (voló nuevamente en 1971 a recibir un premio) escribió un poema dedicado a esa tierra imaginada, que finalmente había conocido y que seguía amenazada en su existencia por parte de las naciones vecinas. Se llamó, justamente, Israel, 1969 y aludía a la inmigración, la esperanza y el clima bélico que se vivía en la zona.
La obra termina con estas líneas:
Olvidarás la lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso.
Serás un israelí, serás un soldado.
Edificarás la patria con ciénagas; la levantarás con desiertos.
Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.
Una sola cosa te prometemos:
tu puesto en la batalla.
El Doce tiene un valioso archivo audiovisual con imágenes desde el año 1965. Si querés consultar por imágenes, escribinos al Whatsapp al 549351 2191212 o al mail archivoC12@artear.com