Lo llamaron “El Ángel de la muerte” o “El Ángel negro”. Lo cierto es que el adolescente Carlos Robledo Puch, de solo 20 años, rubio, de ojos claros, tenía una cara angelical. Era de una familia de clase media acomodada, había estudiado y nunca había pasado privaciones en su casa de Olivos, partido de Vicente López, en la coqueta zona norte del gran Buenos Aires. Nada permitía encontrar una explicación para la espiral de delitos y muertes de la que fue protagonista en apenas un año.
Estudió en buenos colegios, practicaba piano, y en su familia, con tradición germana, lo habían acostumbrado al orden y la limpieza. Seguramente ellos detectaron algunos problemas cuando en la secundaria repitió un año por ausentarse de las clases, lo echaron de otra escuela por robar, pasó un mes en un reformatorio. Pero nada les hacía prever el desenlace que tuvo. Su abuela quedó tan consternada como la sociedad y buscó responsabilizar a los amigos (cómplices) de su nieto por el camino que había tomado.
Desde principios de 1971 hasta su detención en febrero de 1972, Robledo Puch primero con un amigo y luego con otro (ambos murieron) mataron a serenos, encargados de negocios y a un par de chicas que antes fueron secuestradas y violadas. El dice que confesó bajo tortura y niega los asesinatos.
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Los medios sensacionalistas de la época explotaron su imagen y la conmoción pública y no se privaron de bautizarlo de las maneras más bizarras y hasta vincularon su supuesta homosexualidad con los crímenes cometidos. Cualquier cosa podía ser la causal de los hechos aberrantes que había cometido.
Pocos días después de su captura, el juez del caso hizo una reconstrucción de algunos de los crímenes y allí estaban las cámaras que grabaron el material que se vio por El Doce pocas horas después.
Los primeros peritos que analizaron el caso Robledo Puch señalaron que era dueño de una agresividad ingobernable y no tenía sentimientos de culpa. El famoso médico legista Osvaldo Raffo, que hizo las pericias decisivas que mandaron a la cárcel al asesino en el juicio de 1980, se reunió con él 25 veces durante varias horas. Lo calificó como un psicópata cruel y desalmado con rasgos sádicos.
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En el proceso fue condenado a prisión perpetua con accesoria por tiempo indeterminado por haberlo encontrado culpable de 10 homicidios calificados, 1 homicidio simple, un intento de asesinato, 2 raptos, 17 robos y 4 hurtos. Otros 5 crímenes quedaron sin probar, aunque algunos creen que también fueron de su autoría.
En 2018 se estrenó la película “El Ángel”, de Luis Ortega, un éxito inspirado en su caso que le devolvió la notoriedad que había ganado a principios de los ´70 y que se había ido apagando con el tiempo. Se disgustó con la película, a la que calificó de “ciencia ficción” y cuestionó las relaciones con sus padres y con sus cómplices que se muestran en el film.
Hoy Robledo Puch, que acaba de cumplir 70 años, vive en un pabellón religioso de la cárcel de Olmos, cerca de La Plata, e insiste en reclamar su libertad sistemáticamente desde 2008. Se la niegan una y otra vez. Sus declaraciones de los últimos años lo muestran errático, contradictorio y ciclotímico. A veces amenazante, a veces pacífico. No tiene familia fuera del penal y no sabe si realmente podrá volver a la calle antes de su muerte. Es el preso más antiguo de la Argentina y está a solo 6 años de alcanzar el récord mundial. Sueña que lo liberan y que justo en ese momento se termina el mundo.
En una entrevista con el periodista Rodolfo Palacios, Robledo Puch le dijo que tal vez nunca conoció la felicidad. “Ni de niño, ni de joven ni de viejo. No he vivido nada”. Pero hizo una salvedad: es feliz cuando River sale campeón.
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