Fue un acto de venganza hacia Verónica Ramírez. El 14 de febrero de 2006, Rosario Cándido González, policía retirado y expareja, asesinó a los cuatro hijos de ambos y se suicidó. Ocurrió en un departamento de barrio Cerveceros.
Aquel día, María (14), Florencia (9), Narella (8) y Enzo (6) fueron fusilados por su papá con el arma reglamentaria. La misma que González usó para amenazar de muerte a Ramírez, quien a lo largo de muchos años sufrió violencia de género pero nadie la escuchó.
La Justicia y la Policía de la Provincia de Córdoba la desatendieron en cada pedido desesperado de ayuda. Verónica Ramírez remarcó a Arriba Córdoba que la masacre de sus hijos “era evitable porque hizo las denuncias”.
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Después de tanta lucha, antes y después de la tragedia (16 años pasaron), recibió un resarcimiento civil. Según explicó su abogada, Marina Romano, el fallo sienta un precedente en la Justicia y “significa un antes y un después en materia de violencia de género”.
La resolución indica que “se ha vulnerado vulnerado el acceso fundamental constitucional a la Justicia con cada omisión que tuvo el Estado de escuchar, de desoír los reclamos que hacía ella para que se la protegiera”. Ahora, el Estado pagó por haber estado ausente en ese momento.
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Le arrancó sus hijos por venganza
“No hicieron nada, a pesar de las denuncias y preavisos que hubo”, lamentó Verónica. Su dolor nunca sanará y jamás se cansará de decir que “las muertes de sus hijos fueron totalmente evitables”. Para la mujer, “la justicia tardía no es justicia”.
Recordó que las denuncias contra Rosario Cándido González por violencia de género comenzaron en 1993. “Me golpeaba. Pasé por médicos forenses y demás. La única sanción que recibió estando en actividad fueron 6 días de arresto, que son horas demás que se cumplen en una comisaría”, contó. En 1999, González se retiró de la fuerza de seguridad provincial.
La última denuncia que realizó fue el 24 de marzo de 2005: “Me puso el arma en la cabeza, arma con la que mató a mis hijos”. Hizo la exposición en la comisaría 13, pero “nadie hizo nada”. El 14 de febrero del año siguiente, le arrancaron lo más valioso que tenía, sus hijos.