Nico Molina nació con una malformación ocular congénita (ceguera bilateral congénita), y paradójicamente lo que uno escucha cuando comparte un rato con él, es que está lleno de luz interior, irradia vida, proyectos, carácter y muchísima seguridad personal.
Sus papás, Laura y Adrián, tuvieron siempre como norte su ansiada autonomía y al parecer lograron el objetivo al 100%. Nicolás tiene 11 años, está en quinto grado del Colegio Las Mercedarias, tiene 2 hermanas: Lola (9) y Juana (6), sus eternas cómplices de aventuras y también las que ponen el corazón de escudo cuando alguna vez su hermano sufrió bullying en la escuela.
Son de barrio Alta Córdoba, su casa es como entrar a una paleta de colores de Marta Minujín, llena de vida, de espacios con música. Por momentos, puede sonar balada para Adelina de Richard Clayderman en el piano y en el cajón peruano a dúo con su papá Adrían canciones de todo tipo, coordinando exactamente los tiempos de apertura y cierre del “show hogareño”.
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La mejores amigas de Nico se llaman Uma y Alma. Le gusta el tenis, sueña ser profesor de tecnología y ama a Los Caligaris. Cuando rompimos el prejuicio y le preguntamos “¿qué ves cuando te ves?”, contestó: "Un niño feliz lleno de sueños por cumplir".
En medio de la pandemia, la obra social lo dejó sin equipo terapéutico. Sin embargo, salieron adelante juntos en familia, unidos y siempre mirando el medio vaso lleno.
Así lo educaron, desdramatizando la discapacidad y teniendo muy en claro que no solo las metas se visualizan con el sentido de la vista, sino con algo mucho más importante: el corazón.
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