En diciembre de 2017, Silvia Pérez Ruiz denunció al profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, Roberto Sniezek, por acoso. "Yo entré a Canal 10 y no conocía a nadie. Estuve seis meses. En una oficina, me invitó a hablar, me agarró las manos y me dijo 'qué lindas manos tenés', '¿de qué signo sos?, las escorpianas son fogosas'", aseguró la periodista en una entrevista.
Sniezek respondió a esa denuncia pública con una querella en la Justicia: la demandó por calumnias, injurias y daño moral. Este miércoles, el juicio que comenzó en marzo llegó a su fin: el Tribunal absolvió a Pérez Ruiz. De esta manera, la periodista de El Doce no deberá pagar una cuantiosa suma de dinero que había exigido Sniezek.
“Mi nombre es lo único que tengo”
Al utilizar su derecho a la última palabra previo al fallo, Pérez Ruiz pidió una "sentencia justa". "En mi nombre y en el nombre de las mujeres que aquí se expresaron y en nombre de otras tantas que se expresaron en el mismo sentido en otros ámbitos y en nombre de las que aún por miedo no se animan a hablar, es que pido que este tribunal deje un precedente que amplíe libertades, que libere mordazas, que espante al miedo", destacó.
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Tras la resolución, la periodista agradeció el apoyo recibido de muchas otras mujeres. “El dolor se fue convirtiendo en fortaleza. Fue un trabajo conjunto, tengo muchas ganas de abrazarlas a todas”, dijo. Sniezek, en tanto, no hizo declaraciones al retirarse.
+ El texto completo que leyó Silvia Pérez Ruiz frente al Tribunal:
"Haciendo uso de mi derecho, voy a dirigirme respetuosamente a su excelencia para que en los registros públicos de este proceso queden asentadas mis palabras, en mi propia voz.
Hace ya varios años, cuando era apenas una aspirante a periodista, me acerqué a escuchar a quien considero fue uno de los mejores escritores y periodistas de Argentina: Tomas Eloy Martínez, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo, de Gabriel García Marquez, y autor de grandes textos periodísticos y novelas.
Cuando terminó su exposición, se habilitó al público a hacerle preguntas y una chica, quizás de mi edad, le preguntó si le ponía el mismo grado de compromiso y rigurosidad a un artículo de diario que a una novela. Y Eloy Martínez le contestó: “Mire señorita, mi nombre es lo único que tengo”.
Esa frase, cargada de significado, me marcó a fuego y la hice mía. Entendí que realmente un periodista lo único que tiene es su nombre. Es decir, su credibilidad.
Y en la credibilidad, está implícita la búsqueda honesta de la verdad.
Creo que tanto jueces y periodistas, podemos decir que día a día trabajamos por lo mismo, la búsqueda de la verdad. En mi caso, podría agregar también -sin pretender falsas representaciones- ser la voz, poner el micrófono a aquellos que no tienen la misma posibilidad de ser escuchados y escuchadas.
En 1996 entré a la facultad, terminé de cursar en el año 2000, e integré el cuadro de honor de ese año. En 2002 presenté mi tesis. En 2006 entré a Canal 10, mi primer trabajo “serio” en televisión, donde ocurrieron los hechos que fueron motivo de mí denuncia pública, ya expuestos por mi abogado en la audiencia anterior.
Diez años más tarde, en 2016, volví a la facultad de comunicación, a cursar el trayecto intensivo de Locución destinado a licenciados que otorgaba el titulo de Locutor nacional. Ya trabajaba en canal12, fue muy grande el esfuerzo porque la carga horaria era intensa, trabajaba mucho, además tenía una hija y una familia.
"Habían pasado 10 años de mi propia experiencia. Estuve meses sin poder sacar de mi cabeza la idea de que yo, con casi 40, hoy adulta, madre, esposa, era al mismo tiempo testigo y víctima silenciosa de una situación que entonces viví como abuso de poder".
Fue en ese contexto, transitando las aulas de la facultad que volví a escuchar en esos pasillos los testimonios y comentarios de estudiantes y ayudantes de cátedra sobre comportamientos inapropiados en la cátedra de conducción televisiva.
Habían pasado 10 años de mi propia experiencia. Estuve meses sin poder sacar de mi cabeza la idea de que yo, con casi 40, hoy adulta, madre, esposa, era al mismo tiempo testigo y víctima silenciosa de una situación que entonces viví como abuso de poder.
Tampoco pude sacar de mi cabeza esos relatos que escuché entonces, sobre el mismo profesor universitario, que al menos durante 10 años, pudo haber hecho sufrir a otras mujeres, a otras chicas, a otras estudiantes, a otras aspirantes, jóvenes profesionales como lo había hecho conmigo. Y me preguntaba como mujer y como periodista: ¿el silencio me hace cómplice?
A los pocos meses, estalló el movimiento Me too en los Estados Unidos. Ese movimiento poderoso de mujeres que gracias a una investigación periodística hizo caer a uno de los hombres más representativos del mundo del cine como fue Harvey Weinstein.
Y miren ustedes esas piruetas del destino.
Todas las noches y todos los mediodías, la misma periodista que se carcomía el alma con su propia historia y con las que sabía que eran similares a la suya, tenía que presentar a una cámara, frente a miles de personas a través de la televisión, los casos de abusos sucedidos en el distante mundo de la industria del cine, de un país a 10.000 km de distancia, cuando aquí, en el barrio Marqués de Sobremonte de la ciudad de Córdoba y en las mismas aulas donde yo había estudiado sucedían situaciones similares.
Las actrices de Hollywood y las aspirantes a periodistas habíamos naturalizado por años estos comportamientos. Seguramente ellas decían lo mismo que nosotras. “Y bueno, él es así”. Sin saber que en esos comportamientos mediaba una relación asimétrica de poder. Profesor-estudiante. Director-periodista.
La naturalización. Pero también el miedo. Miedo a perder un trabajo. Miedo a que no te crean. A no ser escuchadas. Miedo a que te etiqueten como una persona “conflictiva”, en un espacio laboral donde todo se sabe, como el de los medios de comunicación de Córdoba. Miedo a la difamación. Miedo a la represalia.
En Estados Unidos, Harvey Weinstein enfrenta un juicio o varios. Acá, en los tribunales de Córdoba, se da la paradoja de que una periodista como yo, que pretendía poner luz sobre situaciones donde sólo había silencio, miedo y oscuridad, -y sólo pensando en el interés público para evitar que esas situaciones se siguieran repitiendo-, está sentada en el banquillo de los acusados, enfrentando una posible condena.
Usted lo sabe mejor que yo, señor juez, por qué las mujeres en caso de sufrir violencia o acoso laboral no logran ni hablar, ni muchos menos denunciar en su momento. Es por el miedo y por diferentes mecanismos psicológicos que hacen que una tienda a olvidarlos. Pero no se olvidan, nunca se olvidan. Al contrario, con el tiempo la herida se hace cada vez más grande.
Con esto quiero decir, vuestra excelencia que por nada del mundo, ni por dinero, ni por fama, ni por una cuota de poder o visibilidad, yo, Silvia Perez Ruiz, jamás puse ni pondré en peligro lo único que tengo que es mi nombre, mi credibilidad. Mi principal capital, que honro desde hace 20 años como profesional en los diferentes medios en los que he trabajado.
Como me enseñó Tomas Eloy Martínez, mi nombre es lo único que tengo.
Por último, en mi nombre y en el nombre de las mujeres que aquí se expresaron y en nombre de otras tantas que se expresaron en el mismo sentido en otros ámbitos y en nombre de las que aún por miedo no se animan a hablar, es que pido que este tribunal deje un precedente que amplíe libertades, que libere mordazas, que espante al miedo.
Que sea una sentencia justa. Para que la perspectiva de género no sea un concepto vacío en los Tribunales y pueda hoy materializarse en un fallo ejemplificador. Porque la verdad es la herramienta más poderosa que tenemos.
Muchas gracias".
+ VIDEO: La última palabra de Silvia antes del fallo: