Algunos lo recuerdan como el caso de “la cafetera parlante”. Otros, prefieren olvidar ese episodio. Y muchos eligen tenerlo presente como un ejemplo de los caminos que conviene evitar. Fue un episodio ocurrido cuando terminaba el mes de abril del año 2000, en medio de una crisis económica que se iría profundizando con el paso de los meses.
Un día se conoció la noticia de que Marcos Castagno, un chico que estudiaba ingeniería electrónica de la UTN, oriundo de Las Varillas, había ganado una serie de premios gracias al revolucionario diseño de una cafetera de tipo industrial (como las que se colocan en estaciones de ómnibus, aeropuertos o empresas, por ejemplo) en la que no se necesitaba apretar un botón para elegir una bebida sino que bastaba con decir en voz alta el nombre de la bebida elegida, en alguno de los cinco idiomas habilitados. Además, el aparato permitía informar sobre cómo ir de un lugar a otro (como hoy hacen distintas aplicaciones de mapas) y, por si esto fuera poco, también acceder a la entonces incómoda pero importante guía telefónica. Un combo de servicios que en ese momento no existían en el país y probablemente tampoco en el mundo.
Marcos mostró diplomas que lo acreditaban como vencedor de competencias estudiantiles, locales, nacionales y hasta anunció que la Fundación Motorola lo había designado “estudiante del siglo” y que le había otorgado una beca para estudiar durante dos años en Japón.
La noticia fue creciendo y el universitario cordobés se convirtió en una figura pública: fue recibido por el intendente de su localidad, por las autoridades universitarias y hasta por el gobernador José Manuel De la Sota, quien lo recibió en su despacho.
Castagno se convirtió en ídolo: firmaba autógrafos en la peatonal y los bomberos de su localidad lo pasearon en autobomba, como se hace con los grandes héroes deportivos que vuelven a sus pagos.
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El estudiante anunció su partida desde el aeropuerto de Córdoba y poco después, según relató, cuando se encontraba en un baño del aeropuerto de San Pablo fue emboscado por un numeroso grupo comando de personas orientales que violentamente le robaron “los códigos” de su desarrollo. Fue el derrumbe de la gran mentira. Pronto se supo que el ataque no había existido, como tampoco el premio ni el viaje al extranjero. El alumno tuvo que confesar que todo era un cuento más grande que su cafetera inteligente.
Las autoridades de la UTN dijeron que no lo iban a sancionar, sino que le iban a recomendar un tratamiento psicológico. Pero Marcelo abandonó sus estudios y se dedicó de lleno a conducir vehículos -tarea que ya hacía a tiempo parcial- y finalmente se radicó en Salta.
Muchos años después, desde la cabina de un camión, Castagno le confesó al diario Día a Día que en la época de “la invención” se había quedado sin trabajo y que solo intentó conseguir una beca, aunque reconoció que la mentira se le escapó de las manos. Aseguró que efectivamente había diseñado la famosa cafetera, pero que nunca se construyó el prototipo. Sostuvo que solo era un pobre pibe de 22 años mendigando por dinero para seguir estudiando, algo que nunca consiguió.
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