La historia cuenta que cierto día de febrero de 2004 el cartonero Paulo Altamirano, conocido en Oliva por trajinar las calles con su carrito, casado con 5 hijos, recibió de una empleada de la tienda Los Vascos, ubicada en una esquina céntrica de la localidad, una caja que contenía en su interior viejos papeles y bajo ellos ahorros de la propietaria.
¿Cuánto había en la caja? Tal vez 40.000, quizás 50.000 dólares, además de algunas joyas que, según señaló la señora María Emilia Bascoy, dueña del local, tenían un valor afectivo porque eran de su suegra europea.
Cuando unos meses después se dio cuenta del faltante, Bascoy hizo la denuncia y trató de recuperar lo perdido. Desligó a la dependienta de cualquier responsabilidad porque no sabía de los valores ocultos, pero le reprochó haber entregado el material.
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El caso llegó a los medios en junio, hace exactamente 20 años: Bascoy explicó que averiguó donde vivía Altamirano y fue a verlo. Descubrió que el hombre hacía poco tiempo que se había comprado una casa y un par de autos usados, además de algunos electrodomésticos. Aseguró que solo buscaba recuperar las joyas y algo de dinero. Altamirano negó que hubiera encontrado nada y su familia días después denunció amenazas y presiones.
El fiscal que intervino en el caso ordenó incautar todo lo que tenía la casa en su interior, bloqueó un plazo fijo que el cartonero tenía en el banco y secuestró los autos. Se llevaron desde la heladera hasta la bicicleta del hijo de 5 años.
La causa fue a juicio dos años después. El defensor de Altamirano, el abogado recién recibido Mariano Ludueña, enfrentó con uñas y dientes las posturas del fiscal y la parte denunciante. Aseguraba que no se había probado ni que hubiera encontrado el dinero, ni de que suma se hablaba. Finalmente, la justicia encontró culpable a Altamirano de “defraudación atenuada” y lo condenó a pagar 10.000 pesos del momento -equivalían a unos 3.300 dólares-.
Lo que parecía una victoria, en realidad, no lo fue.
Diez años después le dijo a La Voz que lamentaba haber encontrado el dinero. Su exesposa lo denunció por violencia de género, lo condenaron a 3 años de prisión y en 2016 pasó alrededor de un año y medio en la cárcel.
Sus autos se herrumbraron en la comisaría más de una década y finalmente, ya inservibles, los bomberos los usaron para ensayar el combate al fuego. Tampoco logró recuperar los otros bienes ni el dinero incautado, que tampoco quedó para los protagonistas del caso, sino que terminó en las arcas del Estado.
El abogado Ludueña, que nunca le cobró a Altamirano, sigue con su estudio en Oliva y si bien no obtuvo rédito económico del caso, se hizo conocido no solo en la provincia sino también en el país.
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La gran esquina de Los Vascos ahora es un banco, y la tienda subsiste en un pequeño local contiguo. La antigua propietaria falleció hace tiempo, pero antes tuvo que hacer frente a la AFIP por la denuncia por no declarar el dinero que tenía escondido.
La exesposa de Altamirano, Mariel Bustamante, actualmente vive en aquella casa que se compró poco después del hallazgo junto a su nueva pareja.
Paulo, en tanto, ya tiene 11 nietos y sigue en las calles, sobreviviendo como desde hace tantos años y volvió a vivir en un inquilinato, como lo hacía antes de aquel día en que una pequeña caja de cartón pareció cambiar su suerte.
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