"A mí me gusta La Mona", era lo que respondía Bam Bam Miranda cada vez que alguien le preguntaba si le gustaba el cuarteto. "Los otros cuartetos me parecen bastante híbridos", completó, con su voz ronca, una vez en una entrevista con El Doce. "Él siempre decía eso, y entre nosotros hablaba mal de las otras bandas, decía que La Mona era la única que valía la pena, y eso lo hacía tener mala fama entre los colegas", recuerda Omar Conejo Rivarola, actual percusionista del Clan Jiménez, que compartió casi 20 años de giras, shows y grabaciones con el peruano.
Miguel Antonio "Bam Bam" Miranda llegó a la Argentina en 1985 desde Perú, de la mano de Alejandro Lerner, quien lo escuchó y enseguida lo invitó a formar parte de su banda. Un día de julio de 1989 alguien le presentó a Carlitos Jiménez en Cemento, el mítico templo rockero de Buenos Aires, y a los dos años ya estaban trabajando juntos en el disco Tecnomona. En sus 20 años juntos, grabaron unos treinta.
¿Como era Bam Bam como compañero?
Era un musicazo, pero como persona era un tipo difícil para la convivencia y para el trabajo. Nosotros chocábamos mucho, porque musicalmente teníamos estilos distintos, yo metía mucho ruido y él siempre quería que baje, pero ese era mi estilo. Igual cuando yo le decía algo suyo, era duro, no le gustaban las correcciones. A pesar de estas cosas, como músico siempre lo respeté, era un grande.
¿Tuvieron algún cruce fuerte?
Sí, él llegaba a los ensayos, estaba un ratito, hacía lo suyo y se iba. A todos les molestaba, pero yo era el único que se lo decía. Una vez estabamos practicando una canción vieja, él siempre le cambiaba algo a los temas y hacia algo distinto. Ensayó el cambio y se fue, le digo quedate, me dice `Ya está, ya la sé, si yo me equivoco en el escenario, te juego el sueldo' y se fue.
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En el próximo baile, estábamos en Bell Ville y cuando el tema hace el corte nuevo, él siguió de largo, Jiménez lo mira a él, que no se hace cargo, y me mira a mi, pensando que había sido mi culpa. Al error nunca lo reconoció. Durante bastante tiempo estuvimos un poco peleados, tocábamos sin hablarnos. Hasta que me buscó para reconciliarnos.
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Su habilidad musical comenzaba en la construcción de los instrumentos...
Él conocía mucho de cueros y de materiales, o al menos eso parecía cuando hablaba, y si decía algo que no era así, lo hacía con tanta seguridad que nadie se lo discutía (se ríe). Tenía mucha parla, y esa también era una gran virtud.
¿Cuál creés que fue su aporte al cuarteto?
Él aportó mucho, no solo a la Mona, a la música de Córdoba. Todos querían tocar como él, lo copiaban. En esa época también ingresó al grupo el dominicano Abraham Vázquez Martinez y se armó algo fuerte. Le aportó un sonido distinto. La base de percusión que teniamos era envidiada, todas las bandas se reflejaban en la percusión de La Mona.
A pesar de las diferencias laborales, el Conejo guarda un gran respeto por su ex compañero, buenos sentimientos y recuerdos sobre esos años que materializa en un instrumento que le regaló un año antes de morir: un güiro hecho con sus propias manos.
"También tengo un llavero que se lo regaló Alex Acuña, un percusionista peruano muy groso que se lo regaló a él y un día me dijo 'tomá, te lo regalo para que me recuerdes, como si hubiera sabido lo que le iba a pasar".