Colonia Las Pichanas es la comuna más nueva de Córdoba, sin embargo, su aporte a la historia de esta provincia es incalculable. Un sábado de 1943, cuando todavía no existía ninguna de las 70 casas que hoy la componen, un vecino de la zona que se encontraba en la capital vio un grupo musical que le llamó la atención.
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El sábado era el día de descanso en el servicio militar, y muchas veces los jóvenes no hacían tiempo para ir y volver a sus pueblos, por lo que quedaban dando vueltas en Córdoba. Así fue como este colimba acudió a un concierto en el auditorio de LV3 que cambiaría el rumbo de la historia. El Cuarteto Leo se presentaba como una novedad. Un ritmo familiar para los inmigrantes españoles y piamonteses, por su origen en el paso doble y la tarantela, pero más alegre y bailable. Pero lo que más captó su interés, era que una joven mujer formaba parte de la orquesta tocando el piano. Cuando al fin de semana siguiente volvió a la zona, no dudó en convencer a los responsables de la comisión para que los llevaran a actuar al salón.
Por ese entonces, Pichanas era sólo un tinglado de chapas y un antiguo almacen rural. No había casas ni nada urbano a su alrededor. Después de una llamada por teléfono con el líder de la banda, y una reunión en Córdoba con la familia Francisca, la fecha ya estaba confirmada.
Augusto Marzano, su hija Leonor, Miguel Gelfo y Luis Cabero llegaron por la tarde en un tren carguero. Augusto había trabajado en el ferrocarril y un compañero le hizo el aguante para trasladarlos en el segundo vagón. El tren funcionaba a vapor y debía parar a cargar agua cada 13 kilómetros, por lo que la parada técnica en El Fuertecito les vino al pelo.
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Cuando el tren se detuvo, arrojaron los instrumentos al pasto, intentando que caigan sobre los yuyos más altos, y se subieron a un Ford T que los esperaba para llevarlos hasta la Colonia. Como se imaginarán, el piano vertical de Leonor no estaba incluído en el equipaje. Para la ocasión, se pidió el traslado de un instrumento similar desde Arroyito, afinado a medida de lo que había pedido Augusto para su hija.
Se prende el baile
El baile comenzó cerca de las 20hs. La gente llegaba en sulqui, a caballo y a pie, ya que sólo había tres autos en la zona y todos pertenecían en la misma familia. Como no había luz electrica, cada grupo que llegaba traía su propio sol de noche a kerosén, que lo colgaba en unos alambres dispuestos en el techo de manera que alumbraran cada mesa.
Así, el baile "se prendía" a medida que llegaba la gente, y "se apagaba" cuando se iban.
La música gustó tanto, que les pidieron que volvieran a actuar al día siguiente. La orquesta durmió en el mismo salón, en colchones en el piso y en catres, en los camarines ubicados al lado del escenario donde habían tocado. A la derecha, Augusto junto a su hija. En la habitación de la izquierda, Miguel y el violinista. El lugar todavía conserva el espejo y el perchero donde Leonor colgó su traje antes de dormir.
Pasaron todo el día en el almacén, a la espera del segundo show. Cuenta la gente, que después del almuerzo Leonor jugaba a las cartas con un vecino de la zona, cuando entró su padre: "Leonor, esta noche hay que volver a actuar, tenés que descansar, a dormir la siesta", y así puso fin a la partida de escoba.
Desde esa noche, La Leo volvió todos los años a Las Pichanas. En cada show, Augusto se promocionaba desde el escenario para la próxima fecha, asegurándose así su participación en cada patronal. Sin contratos de por medio, sólo con el compromiso de la palabra, así durante más de 30 años.
Aquel día y en aquel lugar, un grupo de bailarines no pudo resistirse al tunga tunga que inmediatamente ingresó en sus cuerpos y en sus corazones. Esos 30 años se convirtieron ya en 76 y esas decenas de bailarines hoy son miles. Protagonistas todos de una historia de amor eterna, el amor por el cuarteto. Porque como ya todos sabemos, el ritmo del cuarteto nunca, nuncá morirá.
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