La pasión del Potro Rodrigo por el Club Atlético Belgrano fue una de sus banderas en sus casi 10 años de carrera. Desde sus inicios, se ocupó de contarle al país quién era su club y eso se vio reflejado en cientos de hinchas nuevos de otras provincias.
Esa pasión, que traspasó las fronteras cordobesas, tiene su origen en la Familia Vilta. Si bien el cantante ya se identificaba desde chico con el Pirata, su amor por esa camiseta se fortaleció cuando conoció a Darío Vilta, quién después se convertiría en su músico y amigo, y su familia.
Y acá aparece en la historia otro conocido personaje cuartetero. Darío y Rodrigo se conocieron en la casa de Bam Bam Miranda, donde tomaban juntos clases de percusión en el año 92'. Se hicieron muy amigos y estaban todo el día juntos, por lo que el Potro comenzó a entablar una relación también con toda su familia, en Barrio Alberdi.
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"Ahí se contagió más, al venir y ver todo pintado celeste, cuadros, recuerdos y nosotros todos tan fanáticos", asegura Vilta, que al poco tiempo se unió a su banda y ya compartían giras a Buenos Aires, donde iban a la cancha siempre a ver a Belgrano de visitante.
"En el Gigante le gustaba ir a la popular, pero después cuando aumentó su popularidad tuvo que empezar a ir a la platea porque sino la gente no lo dejaba ver el partido. "A veces la hinchada lo hacía subir al para avalancha para que no lo molestaran tanto", recuerda el percusionista.
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Así, de a poco la imagen del Potro se asoció al Celeste y lo atribuyen haber "belgranizado" la Argentina: "A donde íbamos a tocar, a cualquier lugar del país, le cantaban 'Soy pirata'".
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Darío, que lo conoció antes y después de convertirse en una figura nacional, insiste en que su amigo nunca hizo diferencias entre él y sus músicos: "Él siempre cuidaba que comieramos lo mismo que él, que fuéramos al mismo hotel. Si él viajaba en avión nosotros también. Cuando ya los artistas llegan, vuelan, siempre cambian las cosas. Pero él no cambió. Estaba con nosotros, nos hizo respetar y nos pagaba muy bien".
Hoy, la familia Vilta cuida un santuario celeste sobre la Costanera con los recuerdos de su gran amigo. El llavero de guantes de box que colgaba en su camioneta, un traje que usó en Fantástico Bailable y decenas de fotos de los viajes, cada una con una anécdota.
Él los iba a visitar como uno más, pero un día se convirtió en el pirata más famoso.