Bam Bam Miranda había llegado a la ciudad para renovar nada menos que el cuarteto y para tender puentes insospechados con otros ritmos que parecían lejanos. Su despedida fue como la que sueñan muchos artistas: sobre las tablas.
Había nacido en el barrio de Miraflores, en Lima, Perú, en 1956, en el seno de una familia de músicos. Se interesó desde chico en la percusión y aprendió a famosos artistas del bongó y el cajón peruano como El Niño o Amador Ballumbrosio. Con menos de 30 años había integrado una banda de Machito Gil, una leyenda del jazz afrocubano, que ganó el Grammy.
Llegó a la Argentina de la mano de Alejandro Lerner y no se privó de compatir escenarios o discos con los más importantes músicos y grupos argentinos, de variados géneros y tendencias: Mercedes Sosa, Divididos, Callejeros, Bersuit, Baglietto, Goyeneche, Los Nocheros o el recientemente fallecido Willy Crook, entre otros. Era un verdadero virtuoso de la percusión y también un luthier exquisito. Explicaba que cuando fabricaba un instrumento y no sonaba como él quería no trataba de arreglarlo. Simplemente lo destruía.
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Sin duda se sintió cómodo como parte de la banda de Carlitos “La Mona” Jimenez. Lo acompañó durante más de 20 años y estuvo presente en más de 30 discos del cordobés más famoso. Decía que el cuarteto era “una comparsa de interiores”. Mantenía ese rol en paralelo a su banda Guarango, que hacía ritmos latinos y afroperuanos y donde liberaba esa pasión que había mamado en aquellos barrios negros de las afueras de Lima y que había perfeccionado a lo largo de su carrera.
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El crítico Germán Arrascaeta, que está preparando un libro sobre su vida, señaló que Bam Bam conectó mundos de la escena cordobesa que antes de su llegada eran inconexos. Generó un puente entre el cuarteto y el jazz que hasta ese momento pertenecían a mundos ajenos y distantes.
Tenía apenas 55 años cuando se descompuso en el escenario del teatro San Martín en medio del homenaje por los 190 años de la independencia del Perú. Poco después, en el hospital Córdoba, explicaron que había sufrido un ACV y que no pudieron hacer nada para salvarlo.
La despedida fue como él había imaginado: con música. En el local 990 Arte Club se le dio el último adiós al ritmo de los tambores. Los músicos tocaron en el escenario y alrededor del cajón, cubierto con la bandera roja y blanca, un grupo de mujeres bailaron con él por última vez.
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