“El trolling proviene de factores innatos y situacionales. El estado de ánimo y el contexto de la discusión afectan el comportamiento del usuario. La prohibición de su participación no es la solución definitiva sino encontrar medidas que mitiguen los factores que generan el comportamiento”. Esa es la principal conclusión a la que llega una investigación realizada en la Universidad de Stanford y Cornell. El título del ensayo es “Cualquiera puede convertirse en un Troll”.
Agredir, insultar, criticar sin buscar un cambio constructivo, provocar. Cualquiera que navegue desde hace un tiempo las turbulentas aguas de las redes sociales puede haber vivido en carne propia el ataque de un troll. “Para estar en las redes sociales hay que tener el cuero duro”, le escuché decir alguna vez a un profesor de la universidad donde me formé. Y tenía razón. Las redes son duras, los comentarios pueden transformarse en acosos y los controles hasta ahora no dan resultados.
El estudio desarrollado en Estados Unidos, basado en 16 millones de comentarios del sitio de la CNN mostró un patrón de comportamiento de los trolls. Entendemos como trolls a todos aquellos que publican mensajes provocadores, irrelevantes o agresivos en línea.
La primera foto muestra claramente los horarios en los que las personas se muestran más agresivas lo que nos lleva a la primera conclusión: la intensidad del agravio depende del día y la hora de la semana.
El domingo a la noche y el lunes por la madrugada parecen ser los peores momentos de aquellos que buscan generar ruido en cualquier discusión virtual. Sí, coincide con los momentos de mayor frustación o sensación de frustración de ciertas personas.
La peor franja horaria es entre las 10 de la noche del domingo y las 3 de la mañana del lunes. En contraposición, están de mejor humor por la mañana y lo van perdiendo a medida que avanza el día. Y el dato más revelador es que usuarios que no son agresivos durante el resto de la semana, en ese momento sacan a relucir su peor costado. Se transforman en trolls.
La culpa es del estado de ánimo. Según el estudio, es el principal factor para actuar. Frente a la pregunta sobre porqué alguien se sentaría en una computadora a insultar, la respuesta hay que buscarla en su propia vida. Sus problemas, frustaciones, resentimientos, carencias y tristezas. Allí está la raíz del problema. Como en la mayoría de los problemas en la vida real.
El coraje de la masa. Después del anonimato, la participación en un grupo parece ser el lugar donde muchos usuarios que normalmente no son trolls se comporten como tal. Si uno insulta, otro se suma y otro más lo hace hasta transformarse en una corriente de odio. La gentes es más proclive a insultar cuando otro ya lo hizo antes.
Veamos un ejemplo concreto. La actriz China Suárez ha sido en numerosas oportunidades, víctima de las críticas despiadadas de sus propios seguidores. Incluso, es llamativo ver cómo sus defensores mantienen discusiones en defensa de la mediática. El dato es que apenas uno comenzó a criticar, se sumaron todos los demás. El análisis de cada comentario quedará para otra sección más ligada al psicoanálisis.
Hay una máxima que rige el comportamiento de aquellos que sufren a los trolls: “Don't feed the troll”. Se alimentan y crecen de las respuestas. Se nutren de la visibilidad que otros pueden darles. La indiferencia es su mejor antídoto.
No es una cuestión personal. Si las principales razones de la agresión es un estado de ánimo o una actitud de imitación le quita peso a quienes sufren este tipo de situaciones. Cuando nuevamente deban enfrentarse a una agresión en la red podríamos preguntarnos ¿qué le habrá pasado a esa persona ese día para estar tan mal y necesitar insultar para sentirse mejor?
De todas maneras, para aquellos que no puedan manejarlo, siempre tendrán la opción del bloqueo, la herramienta más efectiva que ofrecen las redes sociales frente a los acosadores o trolls.