"La comida entra por los ojos". A la tradicional frase, ahora podríamos agregarle: "Oler la comida engorda". Esta afirmación, que parece un tanto insólita, dejó de serla a partir de un estudio realizado por dos investigadoras de la Universidad de Berkeley, en California, Estados Unidos, que explica que el olor de la comida tiene su efecto en el metabolismo.
A través del olfato, podemos descubrir qué se está cocinando. Y ese aroma es el que nos lleva a imaginar si lo que se está preparando es bueno, despertar nuestro apetito y comenzar a disfrutar la comida antes de probarla. Y además, engordar un poco.
Lo que las investigadoras Céline Riera y Eva Tsaousidou intentaron determinar es la relación existente entre el olfato y la acumulación de grasas. Para ello, usaron tres grupos de ratones: uno normal, uno cuyo sentido del olfato estaba mínimamente inhabilitado y el último con gran olfato. A los tres les dieron el mismo tipo y cantidad de comida.
Y las conclusiones fueron sorprendentes. Los que tenían el sistema olfativo minimizado ganaban poco peso, mientras que los otros grupos que conservaron el sentido del olfato engordaron. En tres semanas, los primeros, sólo engordaron un 18 por ciento, mientras que los otros dos grupos duplicaron su peso y masa corporal.
El estudio demostraría que el olor de lo que comemos juega un papel importantísimo en la manera en que el cuerpo gasta las calorías. Al no oler los alimentos, en cambio, podríamos quemar más rápido en lugar de almacenar reservas.
La hipótesis principal es que oler comida advierte al cerebro del inicio del almuerzo y este responde poniendo nuestro metabolismo en modo ahorro, mientras que comer sin haber olido la comida no provocaría este efecto. Si bien las conclusiones sólo se refieren a los roedores, los resultados apuntan a que hay una conexión entre el sistema olfativo y las regiones del cerebro que regulan el metabolismo.