Manuelita no vivía en Pehuajó, sino en un altillo de una casa en Río de Janeiro. Más de tres décadas atrás, todos creyeron que se había marchado, pero nada de eso había pasado.
En los últimos días, 34 años después, los hijos regresaron a la casa luego de que su padre muera y, mientras la ordenaban para ponerla en venta, se llevaron una enorme sorpresa.
“Quedé pálido. No podía creerlo. Yo crecí jugando con ella", dijo el hombre que la encontró.
Vivita y coleando, Manuela apareció en el mismo altillo, adentro de una caja. “Quedé pálido. No podía creerlo. Yo crecí jugando con ella. La emoción al verla viva fue inmensa. Según nos dijeron los veterinarios que la atendieron, se mantuvo con vida comiendo termitas y bebiendo las gotas de agua que se condensaban”, expresó el heredero de la casa.
Según veterinarios citados por medios brasileros, las tortugas de patas rojas generan reservas de grasa para no pasar hambre y tienen la capacidad de bajar su temperatura corporal, para consumir muchas menos energías.