Una patada al medio del bolsillo terminó resultando la desorientación de un médico del plantel para el Hospital J. C. Blair Memorial de Pensilvania.
Hace cuatro años, Steven Hanes fue a un urólogo del centro de salud quejándose de mucho dolor en la zona inguinal. El profesional diagnosticó que el problema se debía a que su testículo derecho estaba atrofiado. No había mejor solución que pasar por el quirófano y quitarlo.
El paciente lo dudó un instante, pensó en las consecuencias, juntó su hombría en un saco de coraje y decidió pasar por "el cuchillo".
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Cuando despertó de la cirugía, levantó la sábana y observó que algo no andaba bien. ¿Será el resultado de la anestesia? pensó y dejó de preocuparse. Pero cuando el efecto sedante se esfumó, comenzó la dolencia. Un sufrimiento físico y en el alma, como todo dolor de testículo.
El médico Spencer Long, a cargo de la extirpación, había cometido un error de cálculo. Extirpó el testículo izquierdo. Sacó el sano; dejó el enfermo.
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La negligencia médica le costó a Long y al hospital la obligación de responder una demanda millonaria. La justicia determinó, hace unos días atrás, que debían pagarle al paciente 870 mil dólares en concepto de indemnización, más 250 mil dólares por daños punitivos. Cifra que equivale, como vulgarmente se dice, a un órgano del cuerpo humano. Sí, a un ojo de la cara.
El responsable del bisturí declaró en la Corte “que había quitado el testículo que estaba en el lado derecho del escroto y que el testículo tenía un cordón espermático que conducía al lado izquierdo del cuerpo".
En definitiva, se justificó diciendo que los testículos habían cambiado de lugar en algún momento. ¿No habrá sido él quien se movió y se colocó del otro lado de la camilla?